20/01/2021
 Actualizado a 20/01/2021
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Decir que los españoles vivimos en la calle, de sobra lo sabemos. Basta sentir en el rostro el frío que soportamos en las terrazas de los bares de León, para tomar un café. De norte a sur, lo saben bien los viejos de la sierra gaditana, que se sientan a la puerta de casa, al caer el sol, en su silla de enea, para ver el paso los días. El equivalente, en nuestro mundo rural, era sentarse en un poyo, al abrigo de la iglesia, junto a un muro de tapial. El débil sol invernal calentaba los huesos y el tosco muro, te devolvía el calor que guardaba para tu espalda corvada.

Pero, en los pueblos apenas queda gente y los ancianos que sobreviven, están acobardados, en casa, o confinados en el asilo, mirando por la ventana. Eran oportunidades para hablar del pueblo, la gente o el campo. Pequeños placeres arrebatados por el miedo y la desconfianza que éste genera.

Es innegable la importancia de la economía, la deuda pública, el pib, el paf o el cras. Pero lo importante es la vida, cuando se percibe tan efímera. La que nos gusta. Desenfrenada, apacible o insulsa.

No es mucho pedir. Mas pedir, por pedir, en Mayo del 68, en las calles de París, se escuchaba a los manifestantes: «Pedid lo imposible». Y así sucedió. El deseo, llegó con retraso, pero acabó por cumplirse y resultó que no era nada bueno. Es lo que tiene pedir «a tontas y a locas» porque, a veces, los deseos se cumplen.

Imposible parece que, cuando nos preocupaba la gripe de temporada, se presente otra, más letal, para llevarse a 200 millones de seres humanos, sin pedir permiso ni avisar. Pero miento. Porque quienes tenían conocimiento de la amenaza, en vez de prevenirnos –como era su obligación–, nos mintieron deliberadamente, y ahora sufrimos las consecuencias. Sólo nos queda no olvidar que esta pandemia, tiene nombres y apellidos. Y pensar que, por mucho que nos digan, volverán a mentir.

En otro frente, quienes pueden remediarlo, los médicos, enfermería y todo el personal sanitario, están diezmados, agotados y expuestos más que nadie al contagio. Ni la majadería de cantar en los balcones, o la noticia de que una ancianita se curó, sirven de consuelo. Esto es el ‘disloque’, una palabra gastada que hay que conviene recuperar, pues describe perfectamente nuestra situación: Sánchez se pone a salvo, Iglesias conspira, Simón se esfuma, el ministro Illa, farfulla, con la mirada puesta en Cataluña y los jueces dormitan en sus despachos.

Cuando el gobierno deserta, alguien toma el mando y, ante esta dejación, no tiene nada de particular que Mañueco diseñe su propia estrategia, para acabar con la plaga, la paciencia del comercio y la ciudadanía. O que Juanjo A. Perandones, el alcalde de Astorga, que se debe a su comunidad, al turismo y a la Ruta Jacobea, no se pliegue a las exigencias de la Junta ni del gobierno.

Este puede ser el trayecto hacia una desbandada, una desintegración, que conforma la política de este gobierno, con el apoyo de los separatistas, los de Podemos, los terroristas y el chico del P.C. Vamos, lo que se dice, el disloque.
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