¡El diablo me lleve la gorra!

15/12/2017
 Actualizado a 28/07/2019
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Hay palabras que, de repente, invaden nuestras vidas y conversaciones y parece que formaban parte del diccionario local desde siempre.

Si a los abuelos que apuntaban en el calendario de agosto el tiempo que hacía los doce primeros días de agosto para así controlar el clima de los doce meses del año por la vieja tradición de los surtimientos –que en otros lugares llaman cabañuelas– les dicen que pocos años más tarde se va a estar hablando del tiempo en el bar manejando términos como la ciclogénesis explosiva... se mesan el pelo y comentan aquello tan suyo: «¡El diablo me lleve la gorra!».

Si a aquellos paisanos que veían la salud de las vacas nada más mirarles el blanco de los ojos, por la cuenta que les tenía, les hablas de la encefalopatía espongiforme te dicen que estás modorro, que es como ellos llamaron siempre a esa enfermedad.

Pues un día irrumpió en la vida de los ganaderos el crotal, otra palabreja, la matrícula de la oreja que decían ellos. Recibieron la palabra entre bromas pero pronto se convirtió en pesadilla, en el ejemplo de la cantidad de papeles que desde hace unos años tienen que hacer para tener en orden la cabaña ganadera.

Tal fue la desazón de los papeles y crotales que hizo furor entre los ganaderos la anécdota del consejo que le daba el padre a un hijo al que iba a dejar las vacas: «Si se mueren no pasa nada, se llama a Rebisa y punto, pero por lo que más quieras... no pierdas el crotal, que eso es la perdición».
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