"El día que vi a mi abuelo excavando su tumba entendí lo que es el arraigo"

Virginia Mendoza presenta en la librería Sputnik de León (20 horas) su obra ‘Detendrán mi río’, una serie de historias con un denominador común, el desarraigo y la memoria de quienes fueron expulsados por un pantano

Fulgencio Fernández
12/07/2022
 Actualizado a 12/07/2022
Virginia Mendoza, autora del libro 'Detendrán mi río'
Virginia Mendoza, autora del libro 'Detendrán mi río'
Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) vivía a caballo entre sus dos profesiones, o al menos aquello que había estudiado, Antropología y Periodismo; y las dos juntas también la llevaron a la literatura. La unión de todas estas pasiones llevó a la periodista a interesarse por un tema muy singular, aquellas gentes que vivían solas o prácticamente solas en un pueblo, a conocer y estudiar las claves del arraigo y la fuerza de las raíces. Ellas protagonizaron su anterior libro, Quién te cerrará los ojos, con el éxodo rural como telón de fondo. El siguiente paso por el mismo camino, fue el éxodo (obligado), el desarraigo, y llevó a Virginia Mendoza a las gentes expulsadas de su tierra a causa de un pantano. Historias que también desembocaron en otro libro, Detendrán mi río, que esta tarde (20 horas) presenta en la librería Sputnik de León, acompañada del periodista y escritor Emilio Gancedo y la profesora de Lengua y Literatura en el instituto de Boñar, Nuria Rubial Seijas.

- Imagino que no es necesario ‘justificar’ en León la presentación de un libro sobre historias del desarraigo y el dolor que produce un pantano.
–Seguro. Aunque mi libro ubica la historia en Aragón, en un pequeño pueblo que desapareció bajo las aguas del embalse de Mequinenza, les resultarán muy familiares a los expulsados de Oliegos, Vegamián, Luna, Riaño... No hace falta imaginar mucho para intuir el dolor de aquellas personas, sobre todo mayores, que tienen que dejar todo, abandonar sus raíces, irse al desarraigo.  

– ¿Y cómo llega una escritora joven a interesarse por un tema así, como el desarraigo?  
– En mi caso es que hay un punto de partida muy claro, si quieres muy fuerte, cuando vi a mi abuelo excavando su propia tumba, para asegurarse que la dispersión familiar o el tener que abandonar su pueblo por una enfermedad que se le estaba presentando acabara por alejarle de sus raíces, de su pueblo, cuando muriera. Es una imagen dura, yo no sabía entonces los motivos pero me marcó mucho.

– Creo que en tu anterior novela sí hay una, por así decirlo, conexión leonesa.
– Sí, muy evidente. Como te había dicho el asunto central, que me interesaba mucho desde el punto de vista de la antropóloga, era las gentes que resistían solos en un pueblo, como mucho dos o tres personas. Y para la portada le pasé al ilustrador una foto que tenía de María la de Foncebadón subida al campanario para defender las campanas de su iglesia, que las querían llevar.  

Y de ahí a los pantanos.
–Claro. Es un asunto que casi me lleva de la mano, el desarraigo forzado, esas gentes a las que obligan a abandonar su casa y su pueblo por unas razones que casi nunca les explicaban ni, por supuesto, tenían en cuenta sus intereses.

- En el prólogo del libro escribes que la mayoría de los grandes pantanos inundaron pueblos para generar energía hidroeléctrica ¿Se mintió a los vecinos de los pueblos anegados?
–Por supuesto y de manera descarada. Se les habló de progreso, de riegos, de solidaridad. Muchas de las personas que aparecen en el libro se les cuenta que se tienen que sacrificar por el bien de todos y realmente todo se queda en que lo que buscan es generar electricidad para las grandes industrias de Barcelona, que en aquellos tiempos se quedaban con frecuencia sin ella, pues resulta bastante doloroso. La mentira del regadío no hace falta explicarla en León, donde en muchas comarcas lo siguen esperando.

¿El desprecio por los sentimientos de la gente a la que se expulsa es una evidencia que sonroja?  
– Sin duda. A los expulsados no les amparaba nada ni nadie, los subían a un tren, en el mejor de los casos, o se les cierra la puerta. También es cruel hacer creer que a aquella gente se les daba unas indemnizaciones muy generosas, algo que nada tiene que ver con la realidad, se les pagaba lo justo, no lo que es de justicia. Y sin entrar a considerar cómo se pueden valorar aspectos como los sentimientos, el arraigo... algo que además aumenta con la edad, entre más mayor era la gente más profundo el dolor. Y no vayas a esperar que eso lo pongan en ninguna balanza cuando se hacen las valoraciones para echarlos de sus casas ¿Cómo se valora arrancarle a alguien los escenarios de su infancia? Aquellos lugares en los que jugaste, creciste y te dicen que ya nunca podrás volver.

– Los protagonistas de ‘Detendrán mi río’ viven en la huerta de Cauvaca, en Caspe, ¿pero son escenarios que se repiten?
–Sin duda, hasta donde yo conozco podría ser León. Aquellas gentes no eran propietarios, eran lo que se llama ‘medieros’ (una especie de arrendatarios o lo que en León se dice también caseros) tenían que irse sin nada, ya que no eran los propietarios y muchos tuvieron que irse sin más.

En el conflicto de Riaño se repetía aquello de «ya han cobrado».
– Me parece muy cruel y muy injusto. Yo conozco muchas historias de mayores expulsados de sus casas y sus tierras que te decían sus familiares que «murieron de pena» ¿Cómo lo avalúas? O ¿Qué haces con casos como el de Simón Pardo en Riaño? (este vecino se pegó un tiro el día que le iban a derribar su casa).  Yo conozco el caso de un hombre de Guadalajara que decidió dejar de comer hasta que murió de inanición. Parece evidente que de haber quedado en su casa jamás habría llegado a estos extremos.

-¿Se hereda el desarraigo?
–No lo dudes. Es un trauma colectivo que se hereda; si seguimos negando lo que ocurrió, el dolor de esta gente pasará a sus hijos y a sus nietos, es fundamental reconocer el dolor que sufrieron y hacer un ejercicio de reconocimiento y agradecimiento por cosas que les debemos, como el agua o la luz.
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