marta-del-riego-webb.jpg

El día que mi padre escapó de la Nochebuena

11/12/2020
 Actualizado a 11/12/2020
Guardar
Las Navidades siempre han provocado el caos y el rugido en mi casa. Tras la muerte de mi madre, todos nos querían acoger en sus mesas: tías, abuelas, amigas. Y, aunque yo disfrutaba de las cenas multitudinarias, sentía que esa pasión solícita por alimentar a un padre viudo y a sus tres niños pequeños en Nochebuena tenía algo de perverso: dábamos pena. Y dar pena, os diré, no es una sensación agradable.

Con los años, esa sensación se fue diluyendo, pero entonces empezó a aparecer la angustia de mi padre. En Navidad le entraba una especie de euforia: llegábamos los tres hermanos que vivíamos fuera; estaban las compras, los regalos; se empeñaba en visitar la zona gourmet de El Corte Inglés de León y comprar todo tipo de cosas absurdamente caras. Pero después la euforia se iba trastocando en algo muy difícil de manejar: una especie de melancolía teñida de rabia. Y entonces explotaba y cogía el coche y desaparecía durante horas. Recuerdo una Nochebuena, habíamos estado cocinando toda la tarde y de pronto mi padre, que se pone el abrigo y el sombrero y sale dando un portazo y escuchamos el Mercedes arrancando y adónde ha ido, y los tres hermanos mirándonos, y la merluza en el horno y la sopa en la cazuela y la mesa con el mantel bordado, y papá dónde fue y pasa una hora y otra y otra y llamamos a su móvil y nadie responde y pienso, con la niebla que hace se estrelló con el coche en alguna carretera perdida y ahora nos llamarán del hospital o qué sé yo. Volvió a las diez de la noche. Enfadado. Nervioso. Oliendo a tristeza. Murmurando: no os preocupáis por mí, podía haber estado en cualquier cuneta, todo cerrado, todo el mundo en sus casas celebrando la Nochebuena menos yo. Y nadie replicó: pero papá, te fuiste porque quisiste, te estábamos esperando. Alguien dijo: cuando te laves las manos, servimos la cena.

Lo vi alejarse por el pasillo y fui incapaz de consolarlo. Qué habría en su cabeza.

Por eso cuando llega esta extraña Navidad y nos aconsejan que no la celebremos, que nos quedemos en casa, yo pienso en mi padre y digo no. No es una Navidad más, para muchos, sobre todo ancianos, es La Navidad. Dejar a esa gente sola es un crimen. Ahora parece que nada tiene sentido, ni Navidad ni Semana Santa ni la fiesta de la Patrona. Opino lo contrario. Que todo eso tiene más sentido que nunca. Vivimos en una cultura levantada sobre esos momentos de convivencia y de unión. Si nos los quitan, ¿qué nos queda? Una sucesión de días iguales y de personas solas. Sobre todo, eso.
Lo más leído