22/09/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Quién no ha tenido una bici, ese oscuro deseo infantil, que en otros tiempos también lo era juvenil, aunque hoy esos deseos juveniles vayan por otros derroteros.

Claro que yo mismo no puedo hablar demasiado, pues habiéndolo tenido, como lo tuve, jamás lo llegué a ver satisfecho, pues, curiosamente, mis padres, en aquellos tiempos en que el mayor era el mayor, y yo lo era, y, además del género masculino, nunca me compraron una. Pero sí a tres de mis cuatro hermanas. Ah! y tampoco al último de mis hermanos, chico también.

Cierto es que, quizás en compensación y en su descargo, cuando ya pasé de los veinte años, yo disfruté de un coche y mis hermanas no. Con gran cabreo de todas ellas, claro.

Aún así, nunca tuve una bici.

Pero al grano. El domingo se celebró el día de la bici, dentro de los actos de la Semana Europea de la Movilidad.

Y es entendible la batalla que se libra entre los usuarios de las bicicletas por conseguir que se les dé lugar y sitio dentro de las ciudades en particular y del país en general.

Una batalla difícil y en muchos casos imposible, pues pelear con el dios-coche es algo con pocas trazas de éxito, sin contar que, con una estructura de ciudad muy consolidada, que nunca pensó en las bicicletas, darlas lugar en ella no tiene fácil solución.

Más de una vez he reflejado mi opinión, y no hace muchas semanas apoyada en lo que Norman Foster expresaba en su foro celebrado en Madrid, de que las ciudades se han proyectado para los coches y eso algún día nos caerá en la cabeza.

Proyectada para los coches, ha significado que éstos, absolutamente pegados al desarrollo de la humanidad y muchas veces al ego y la imagen social de las personas, han arrinconado a cualquier otro elemento de transporte urbano. Por supuesto, a los vehículos de tracción animal, pero también, y por ejemplo, a los tranvías, que ya antes que los coches circulaban por las ciudades, al principio tirados por mulas o caballos y luego por motores eléctricos, por obvias razones de flexibilidad de uso. Incluso ese intento de convivencia tranvía-automóvil que fue el trolebús y que fracasó.

Así las cosas, era obvio que la humilde bicicleta no tenía nada que hacer.

Y eso que, en su nacimiento y ya en el formato que ahora la conocemos, que antes hubo otros intentos, se le daba una perspectivas de uso increíbles. Aún recuerdo con una mezcla de asombro, nostalgia y admiración por su ingenuidad, el comentario que sobre la bicicleta se hace en la Enciclopedia Espasa, ese monumento al saber que hoy descansa en bibliotecas públicas y privadas, con sus 100 gruesos tomos (aproximadamente e incluidos los suplementos), publicada entre 1908 y 1930, en el que se le auguraba un magnífico futuro incluso como elemento militar sustitutorio de la caballería, por su agilidad, ligereza y , supongo, también por el bajo costo de mantenimiento, dibujando una imagen de batallones de bicicletas entrando en combate. Claro que no contaban con el barro y las condiciones en que se desarrollan las guerras.

Pero ahora son otros tiempos y la bicicleta pelea por tener un sitio, pide, y con razón, que se la respete, que se la proteja, pues, no en vano, es un elemento físicamente débil ante su enemigo natural, bueno, más bien artificia, que es el coche.

Porque, remedando aquella película de Paco Martinez Soria, ‘la ciudad no es para mí’ tampoco lo es para la bici. No lo es y muy difícilmente lo será, al menos en lo que es el casco urbano consolidado, el que se ha desarrollado hasta hace quince años, donde, con calzador, y mucha buena voluntad, algún carril bici se podrá meter, y escribo lo de meter con plena intención.

Otra cosa será en los polígonos nuevos. De hecho es en esos polígonos ya construidos donde sí que tienen carta de naturaleza.

Y esa dificultad de poder hacer carriles específicos en lo ya construido, en la ciudad de siempre, nos lleva a la segunda parte.

Porque, como ahí no es posible, la bicicleta, los ciclista en realidad, se saltan a la torera todas las normas y, de paso, hacen saltar por los aires una buena parte de la razón que tienen en pedir respeto y protección.

Porque ahí, en ese momento, parece que se transfiguren, olvidando que una bicicleta es un vehículo que está obligado por el código de la circulación como cualquiera de sus enemigos los coches.

Olvidando que no se puede rodar por las aceras y que éstas (y las calles peatonales) son para los peatones, y que si un ciclista merece todo el respeto y protección por parte de los coches, el peatón aún más por las bicicletas.

Y no solamente las aceras, es que van hablando por teléfono y enviando mensajes, mientras, y por supuesto, las direcciones prohibidas o los semáforos no existen. ¿Y los pasos de peatones? Pues son de peatones, no de bicicletas, bicicletas que entienden que si pasan por ellos montados en la bici, el coche tiene que parar, y para, pero por una educación que ellos mismos no tienen: señores ciclistas, si quieren pasar por el paso de cebra, se han de bajar de la bici y, andando, pasar.

Y lo peor de todo es que ni se te ocurra llamarles la atención, porque, si tienes suerte, te ignoran, pero, si no la tienes, como poco te dirán que te metas en tus cosas y, muchas veces, te insultarán.

Así que, me encanta lo del día de la bici, pero me encantaría aún más que ese mismo día fuera también el día del propósito de la enmienda y el dolor de contrición y se dedicara también a pedir, vocear y pancartear para sí mismos la educación y el civismo en el uso de la bici, además del de los coches.

Se dirá: no todos son iguales. Sí, es verdad, pero basta mirar las calles para ver que por cada ciclista educado, hay tres que no lo son, y esa batalla quien mejor la pueden librar son los propios ciclistas.

Pero claro, si los ciclistas marchan por las aceras, incluida la que pasa por delante del ayuntamiento sin que nadie les diga nada… ¡que se puede esperar!

Por suerte no todos los sitios son iguales. Hace unas semanas pasé por Burgos capital y con sorpresa, grata, vi uno de esos paneles luminosos a la entrada que, además de animar a visitar la ciudad decía: «los peatones por la acera, las bicicletas por la calzada».

Excelentísimo Ayuntamiento, tome nota, que estas y otras muchas cosas se pueden poner en marcha al respecto.

Hoy la bici se ha convertido en una bandera, o algo así, reivindicativa de la sostenibilidad, pero también es el caldo de una lucha de a tres: bici, coche y peatón.

Y de esos tres, hoy por hoy, quien sin duda está pagando el pato, sin ninguna protección, aunque legislación y reglamento existan es… el peatón.

¿Hasta cuando?
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