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El desorden de tu nombre

17/04/2021
 Actualizado a 17/04/2021
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Aunque este es el título de un clásico de Juan José Millás, espero que a este no le importe que se lo pida prestado. No se me ocurre un modo mejor para describir el despropósito de la manipulación del sustantivo para reforzar falacias. Y es que lo de llamar a las cosas por su nombre parece ser una sana práctica en franco retroceso. Craso, pero socorrida práctica, el error de falsear la identidad de personas, cosas, casos y acontecimientos. Ya se remarcaba su importancia desde la época judía, de la que nuestra civilización cristiana es heredera. Baste si no, recordar las grandes aportaciones que nos trajeron, personalidades como Einstein, Kafka, o el mismísimo Jesús de Nazaret. En efecto, para los hebreos, descubrir el nombre del otro, significaba tener dominio sobre él, conocerlo en su intimidad. Bien sabemos lo importante que es saberse los de nuestro alumnado. Llamarles de veinte maneras distintas supone derrota segura en medio de uno de esos momentos disruptivos que se van intensificando a medida que se acerca el final del curso cuando ambas partes comienzan a notar el desgaste de una intensa convivencia. Sabes que cuando por fin dominas el listado de tus pupilos puedes tener más posibilidades de empatía. Este año ha costado especialmente por aquello del ocultamiento buco-nasal.

Y es que el nombre es esencia e identidad además de aportar sentido al que lo posee. No tiene por tanto mucho sentido llamarle, por ejemplo, integración, a un proceso como el que está afectando a nuestro tren hullero de Feve. Un transporte histórico en vías de descarrilamiento total. Ahora dicen que es que no acaban de acertar respecto a una correcta urbanización del entorno. Otro listado de despropósitos más para mantenernos enredados a los del vulgo mientras el flujo anual de viajeros sigue bajando. Según señalaba recientemente en esta casa el compañero Alfonso Martínez “ la cifra correspondiente a 2010 se había situado en 329.011 viajeros y en 2017 y 2018 la cifra apenas superó los 110.200. Mientras, el año pasado se habrían alcanzado los 114.500”. Los viajeros, cuerdamente, se alejan de transbordos incómodos. Ha habido épocas en las que ni siquiera se veía personal de control a bordo con lo que eso favorecía el pillaje y la sensación de viajar en un tren fantasma.

Parece un presagio del abandono en que se haya sumida una comarca ya herida de muerte con la desaparición de las explotaciones mineras y a la que quieren crucificar con enormes cruces móviles en forma de aspas eólicas. Una suerte de solución final. Previa al exterminio definitivo, si nadie es capaz de evitarlo, y consigue que lo incluyan en la lista de Schindler de los gestores de la res pública.

Desorden tras desorden, ni un solo nombre conseguirán dejar en su sitio.
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