El desentierro de libros

Bruno Marcos reflexiona sobre los libros con motivo de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión

Bruno Marcos
26/10/2021
 Actualizado a 26/10/2021
Feria del libro viejo. | JUAN CARLOS CARBAJO LARSEN
Feria del libro viejo. | JUAN CARLOS CARBAJO LARSEN
Proponía Ramón Gómez de la Serna en uno de sus más disparatados proyectos visitar el Museo del Prado a oscuras, bueno, no a oscuras del todo sino con un farol, es decir, viendo sólo trozos, fragmentos, las zonas que quedasen iluminadas por la llama o la bombilla de la linterna. Es muy probable que esa idea se la inspirase el gran farol que puso en el suelo Goya al cuadro de los fusilamientos para que podamos observar el drama con sólo ver la parte alumbrada.

Claro que la propuesta de Ramón no era sólo cómica, planteaba paradójicamente una diversión seria: contemplar los cuadros sin la influencia de los otros cuadros, sin la percepción del museo e, incluso, de la propia pintura al completo. En realidad, invitaba a conocer el mundo en porciones y frente a la mera contemplación colocaba la experiencia, o sea, la vida.

Me viene a la mente esta reflexión al salir de las casetas que estos días están abiertas en un par de calles de nuestra ciudad para celebrar la feria del libro viejo, antiguo, usado, de lance y ocasión. Internarse en ellas es como ir a oscuras tropezando con millones de palabras a punto de ser olvidadas, como caminar con una linterna que alumbra al azar algunas partes de la gran historia de la cultura de la humanidad con muy pocos voltios. Sacar un volumen entre pilas de ellos es como sacar el cuerpo de un difunto que despierta tremendamente elocuente, incluso a veces deslenguado.

En la primera caseta me ha salido la ‘Utopía’ de Tomás Moro y a medio metro el primer tomo del doliente ‘Diario íntimo’ de Amiel, en un ejemplar de 1931; a pocos pasos ‘El arte romántico’ de Baudelaire en edición de 1953 y, al final, el ‘Elogio de la locura’ de Erasmo, impreso en 1945. Fue como extraer cadáveres exquisitos y excelentísimos metidos en panteones mortuorios sin estar muertos del todo, catalépticos. ¿Cómo podíamos haber estado dando oportunidades a tanto majadero vivo teniendo estos no muertos en la nevera del librovejero? Bien es cierto que enseguida se pusieron pesados… Llega a decir Amiel que, ante la responsabilidad tan grave de la toma de decisiones, obra lo menos posible y añade que la historia y los hechos corrompen. Baudelaire, por su parte, nos explica desde ultratumba la obviedad de que el refinamiento del aristocratismo del dandy rico es mucho más estético que el mundo moderno de los obreros…

Al poco estos esqueletos ilustres son tan pelmazos como los esqueletos vivos, pero la acción en las casetas, que no puede ser más que la del desentierro de libros, es algo muy cinético, aunque en muchos casos se vuelve a enterrar al exhumado otra vez entre dos libros. Las librerías de viejo tienen bastante de museo a oscuras, en ellas se puede dar una vuelta por la historia de la cultura, como Ramón por el Museo del Prado, a farolazos, desenterrando y volviendo a enterrar infinidad de escritos.
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