El deportado leonés que no llegó a Dachau

Ángel Huerga Fierro, nacido en León en 1903 y perteneciente al PCE en Madrid, huyó a Francia tras la Guerra Civil y un SS alemán lo mató de un tiro en la nuca

José Luis Gavilanes Laso
22/09/2019
 Actualizado a 22/09/2019
Entrada de la cárcel de Eysses. | L.N.C.
Entrada de la cárcel de Eysses. | L.N.C.
No todos los leoneses huidos a Francia en 1939 tras el éxodo de republicanos españoles al término de la guerra civil –de inmediato internados por las autoridades francesas en lugares inmundos de concentración– fueron luego deportados a Alemania por los nazis e ingresados en campos de exterminio. Por esta razón, el leonés Ángel Huerga Fierro no figura en ninguno de los varios listados de españoles que sufrieron las calamidades de esos centros de reclusión como Mauthausen, Gusen o Dachau, adonde fueron a parar la mayoría. Al contrario que Prisciliano García Gaitero, el único leonés que sí estuvo internado y sobrevivió en Dachau, Huerga Fierro no alcanzó a ingresar en él porque fue asesinado por el camino.

Ángel Huerga Fierro, hijo de Alfonso Huerga y de Sofía Fierro, nació en León el 6 de agosto de 1903. Acabados sus estudios de ingeniería agrónoma, se domicilió en Madrid en 1936 con residencia en la calle Pablo Olavide número 12. A comienzos de la guerra civil figura como militante del PCE (existe su ficha, acompañada de fotografía tamaño carnet en el Centro de Estudios y Documentación de la Guerra Civil, en Salamanca), enrolándose en los servicios secretos de la República para servir luego como instructor. Al finalizar la guerra logró escapar a Francia. Detenido en 1940, fue internado en la prisión de Montauban (departamento de Tarn y Garona) para pasar luego al campo de Septfonds y finalmente a la 535ª Compañía de Trabajadores Extranjeros de Caussade. Un tribunal militar le condenó el 6 de enero de 1942 a diez años de trabajos forzados por repartir octavillas y actividades comunistas, recalando por ello en la prisión de Eysses, en Villeneuve-sur-Lot, el 15 de octubre de 1943.

Los recluidos en la prisión de Eysses eran considerados como los activistas más peligrosos, constituyendo la imagen más exponencial de la resistencia interna contra la ocupación alemana y la Francia de Vichy. Los españoles representaban cerca del 7 % de la población carcelaria y el 43 % de los extranjeros. Se trataba en su mayoría de militantes del PCE y PSUC exiliados a Francia después de la victoria de Franco, siendo detenidos por haberse incorporado a unidades de la Resistencia francesa. Los aproximadamente 1.200 detenidos franceses y 170 españoles presos en Eysses se organizaron bajo la forma de un batallón determinado a proseguir el combate fuese dentro o fuera de la prisión. Los presos españoles pusieron en marcha una propia estructura clandestina, lo que les permitió conservar su autonomía, constituyendo cuatro grupos de combate bajo la autoridad del comisario político Félix Llanos. Muy rápidamente, se planteó la cuestión de una evasión colectiva por parte de los resistentes franceses. Diseñaron un plan ‘sorpresa’, que propusieron a los españoles. Aunque éstos no estaban muy de acuerdo, considerando que el plan de fuga contenía demasiadas fallas, no obstante estuvieron dispuestos a no rehuir la lucha en primera línea si ella se producía, que fue lo que finalmente aconteció. El 19 de febrero de 1944, hacia las 13 horas, un inspector general, acompañado por el director miliciano de la prisión, fue secuestrado durante su visita al centro penitenciario. En los patios, los vigilantes también fueron neutralizados. Pero la progresión de la sublevación, con la colaboración del ‘maquis’ exterior, se paró poco después por la vuelta inopinada de un grupo de prisioneros comunes que dio la alerta. Comenzó entonces un combate difícil para los amotinados que sólo poseían un armamento reducido introducido clandestinamente en la prisión. Los españoles tomaron parte en todos los asaltos contra los miradores y los lugares vigilados por los guardias. Inclusive, atacaron los muros con picos y barras de hierro, si bien sólo podrían haber sido derribados con dinamita. Estas tentativas desesperadas por parte de los amotinados para abrir una brecha en el recinto tuvieron lugar bajo el fuego nutrido de los guardias y la explosión continua de granadas. Hacia las 21 horas, las tropas alemanas cercaron la prisión. A las tres horas de combate las SS dieron un ultimátum de rendición inmediata, ya que, de no aceptarla, la prisión sería arrasada por la artillería. Esto impidió cualquier proseguimiento de resistencia. Todo desembocó de inmediato en una feroz represión: doce miembros de la Resistencia fueron fusilados el 23 de febrero. Además del coronel Fernand Bernard, comandante de las Brigadas Internacionales asignadas a la 139ª Brigada Mixta durante la Batalla del Ebro, lo fueron dos catalanes: Jaime Sero Bernat y Domènech Servetó Bertrán. El 30 de mayo de 1944, las SS de la división Das Reich ocuparon la prisión de Eysses y acto seguido optaron por trasladar a todos los presos hasta la estación de Penne d’Agenais, para ser deportados a Dachau pasando por Compiègne. La mayor parte de ellos fueron transportados en camiones, pero otros, unos ochenta, entre los que estaba Ángel Huerga Fierro, hubieron de hacerlo a pie.

En Eysses, Ángel Huerga Fierro formaba parte del triángulo directivo de la organización clandestina española, que protagonizó el motín del 19 de febrero de 1944. Además de los fusilados, 12 en total, hay que añadir la muerte del joven ingeniero agrónomo leonés, que fue asesinado el 30 de mayo de 1944 por las SS en el camino a la estación de Penne d’Agenais. Sobre su fallecimiento tenemos varios testimonios. Eduardo Pons Prades lo menciona en «Republicanos en la segunda guerra mundial» y Antonio Soriano hace lo propio en el suyo («Historia oral del exilio en la segunda guerra mundial»). Pero el testimonio más directo y pormenorizado nos lo ha dado André Lecuyer en un escrito publicado en Rouen el 3 de septiembre de 2001, que es como sigue:

«Como yo también formaba parte de la centena de detenidos forzados, por falta de camiones, a andar a pie, fui testigo de la matanza. Yo estaba unas filas por detrás, frente a la ametralladora de las SS, y Ángel debía estar en medio de ese grupo. Por cierta razón que desconozco, Ángel fue sacado de la fila –no faltaban los pretextos para apalear a uno o a otro– y violentamente proyectado en el arcén de la carretera, donde tres o cuatro de los SS se ensañaron con él. Golpeáronle con la culata del arma, patadas, bastonazos, golpes de machete..., y me quedo corto. No fue antes de la llegada, en el vagón parado en Penne d’Agenais, cuando nos enteramos de que su cinturón, que había conservado a pesar de los cacheos, era el origen del drama. Era un cinturón como los que llevan los ‘scouts’, con un escudo, pero en vez de la flor de lis, tenía grabado una hoz y un martillo. Pensamos que Ángel no habría podido sobrevivir pues los nazis nunca se quedaban cortos.
Efectivamente, Ángel Huerga Fierro falleció de un tiro en la nuca disparado por un SS en el convoy hacia la estación de Penne d’Agenais el 30 de mayo de 1944 camino del campo de concentración de Dachau. Fue inhumado en el cementerio de Compiègne, del distrito de Lot-et-Garonne, tumba 4471, sección 23, bajo una lápida con la inscripción ‘Mort pour la France’. Al parecer tenía una hija de corta edad que fue adoptada por un senador francés.
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