06/09/2020
 Actualizado a 06/09/2020
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El periodista y colaborador de The New York Times, David Jiménez, ha puesto el dedo en la llaga respecto a la situación actual de la educación en España en momentos de duro retoño de un virus muy contagioso

Fútbol, playa, discotecas y bares han sido las prioridades tras la apertura del confinamiento. Y al inicio del curso escolar, nuestros políticos han decidido abordar lo que consideran menos urgente: la educación de millares de estudiantes. Pero la falta de previsión ha sumido en el desconcierto la reapertura de las escuelas siendo parte de una gestión lastrada por la opacidad, la falta de datos fiables, la inconsistencia y la lentitud de reacción por parte de los Gobiernos central y autonómicos. Y así, tras sufrir una de las primeras olas de contagio de la covid-19, España se enfrenta al peor rebrote en Europa.

¿Puede haber mayor prueba de urgencia de reforma de la educación –se pregunta David Jiménez–, que la incompetencia de una clase política producto de sus deficiencias? La pandemia ha desnudado un modelo escaso de medios, con un profesorado mal pagado y desmotivado, planes de estudio obsoletos y una creciente desigualdad.

La comprensible decisión de intentar reabrir el país cuanto antes para salvar la temporada de alto turismo ha sido gestionada con precipitación e irresponsabilidad. El ocio nocturno ha permanecido abierto semanas después de haber sido identificado como un foco de contagios. Se autorizaron multitud de celebraciones de todo tipo y se trasladó el mensaje de que la batalla estaba ganada, con aplausos al presidente Pedro Sánchez.

Mientras la autocomplacencia se instalaba en el Gobierno, las autonomías recuperaban las competencias en sanidad y educación sin haber organizado los sistemas de rastreo y seguimiento de contactos que han frenado la expansión en otros lugares. El resto es un resumen de la historia reciente de España: partidos políticos y ciudadanos peleándose sobre quién tiene la culpa. Si la derecha o la izquierda, de un fracaso colectivo pilotado por los políticos peor preparados de la democracia. Los partidos políticos en España han sido incapaces de consensuar una ley educativa de más de cuatro décadas de democracia. Padres, profesores y alumnos desesperan con razón ante los continuos cambios que se producen cada vez que llega un nuevo Gobierno, sin que ninguno de ellos afronte los verdaderos problemas.

España, para nuestra desgracia y oprobio, tiene la peor tasa de abandono escolar de la UE y sus estudiantes están por debajo de la media de la OCDE en el informe Pisa sobre excelencia académica en ciencias.

Salvo excepciones, la educación superior en España está desconectada del mundo laboral, sumida en parálisis burocrática y dirigida de espaldas a toda innovación. El país no tiene ninguna universidad entre las 150 mejores del mundo, según el Ranking de Shanghái.

Nuestra dependencia del turismo y los servicios hace que durante varios meses al año la mitad de los puestos de trabajo disponibles proceden de la hostelería. El cierre de bares, restaurantes y hoteles ha expuesto la fragilidad de este modelo productivo ante la pandemia y condena a otra generación a la precariedad y falta de oportunidades.

España necesita urgentemente una revolución educativa. La modernización de escuelas y universidades, aparte de medios, necesita de una reformulación desde cero de los planes de estudio y de los métodos de aprendizaje. Mientras estas prioridades no cambien, seguiremos siendo el país donde la educación nunca le gana el pulso a una buena diversión. D. J. dixit.
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