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El curso de nuestra vida

26/06/2021
 Actualizado a 26/06/2021
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Fueron aquellos días convulsos, el mes de agosto ya venía pertrechado de malos augurios y los calores estivales de algunos hubieron de ser afrontados desde las cuatro paredes de sus despachos, plegados a los dictados de la actualidad, condicionada por un virus inverosímil que había reventado estadísticas y trastocado todo nuestro mundo.

Tras el espejismo veraniego había que normalizar algo irreconciliable con la cotidianeidad apacible de la que habíamos gozado hasta el momento.

Las noticias funestas asaltaban todos los medios de comunicación malogrando nuestros días desde el desayuno. Los países vecinos suspendían las actividades lectivas incluso antes de comenzar.

La PCR era la emperatriz de las conversaciones, y los claustros de comienzo de curso eran un ejercicio de fe hasta entonces nunca conocido enrarecido por pantallas asépticas que nos impedían el necesario abrazo.

Los padres y madres preparábamos desazonados una desoladora vuelta al cole. Por momentos, se dudaba de si estábamos comenzando el curso o les disponíamos para la guerra. Había muchas posibilidades de ir para traer al enemigo mortífero a casa, o para tener que retornar a casa, como así sucedió en muchos hogares españoles.

El personal de limpieza recibía concienzudas y precisas instrucciones que obligaban a redoblar esfuerzos. La comunidad educativa acataba instrucciones variadas y variables. El enemigo no cesaba en sus acometidas y había que lidiar con la incertidumbre y curvas que no cesaban de ascender caprichosamente, entre olas.

Aquellos primeros días los niños y adolescentes se saludaban desde lejos. Los recreos, otrora bulliciosos y deportivos, se tornaron grises y desaboridos. Cada uno en su grupo burbuja y en distancia paralizadora, bien pertrechado tras máscaras. Algunos, mas parecíamos alienígenas fantasmagóricos que docentes. Había miedo por lo que les pudiera pasar a los nuestros.

Pero en medio de todo eso, Nuria, esa jefa de estudios, no dejaba de medir distancias para cumplir normativas. Ramiro, como buen director, mantenía el buen humor siempre con una sonrisa que se adivinaba tras la máscara. Inma, la coordinadora Covid, como buena cancerbera, insistía en que nadie se bajara la mascarilla. Ricardo, el conserje, nos esperaba cada mañana fielmente a la puerta para asegurarse de que todo el mundo se echara gel y se tomara la temperatura a la puerta, y Mari Carmen, Ana y Begoña, acudían fielmente entre hora y hora a desinfectar rigurosamente el mobiliario escolar.

Y nuestro alumnado supo afrontarlo. Es curioso, al poner las notas y ver sus fotografías, nos percatamos de que sería difícil reconocerles en la calle.

Sin duda ha sido éste el curso más extraño, el curso de nuestra vida. ¡Batalla ganada!

GRACIAS a todos.
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