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El ‘cul de sac’ catalán

26/12/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Ningún país del mundo civilizado y democrático posee tanta verbena de votaciones como tenemos en España y… en los últimos tiempos esto parece una fiesta completa y un derroche de dinero tremendo, aunque como dicen los nostálgicos de la guerra antifranquista «todo sea por el bien del pueblo y de la democracia».

Lo que no saben ellos es que el abuso de los mecanismos que dispone el pueblo para expresar su voluntad, puede deteriorar esa democracia y eso lo sabían muy bien los griegos, que fueron los que la ejercitaron y después exportaron, aunque claro, lo tenían más accesible porque las ciudades eran más accesibles al entendimiento humano por su número de habitantes y necesidades.

Además, para adornar más la tarta del desajuste territorial español, tenemos una película de terror en un territorio del suelo patrio y que acaba de escribir otra página de las que hacen chirriar todos los goznes del entramado constitucional que nos hemos dado a pesar de los continuos abrazafarolas que tenemos entre nosotros viviendo del presupuesto.

Las elecciones catalanas del 21 D corroboran la deriva perversa de la política española y catalana y reproducen una foto retorcida de la realidad , quedando al aire todas las vergüenzas del entramado político de nuestra nación.

En un momento en que más se necesitaba el consenso , el diálogo y el cambio de tendencia para realizarlo con las fuerzas que desean desgajarse del resto del país, los resultados han sido nuevamente de sillón de psiquiatra y vuelta a comenzar en la casilla de salida, a no ser que un viento ábrego inunde la capacidad de raciocinio de los catalanes y de los sillones monclovitas y se pongan con el candil a buscar la solución pacificadora y constructiva que todos necesitamos para reconducir el endiablado tema y para que se reforme todo lo que sea necesario sin prestar atención a demandas radicales ni demagógicas de niñatos a los que el sillón les ha venido ancho y las cuatro nociones cogidas con alfileres en la Universidad les haya otorgado casi la patente de corso ante los atónitos españoles.

España necesita ahora estar más unida que nunca y dar la cara ante los que la quieren romper y eso ha de ser con firmeza y razones, nada más. También con hechos contundentes y el cumplimiento de la Ley.

Los melindres y blandos no valen ante aquellos que usan la postverdad y acuden a la mentira como lubricante generalizado con el fin de usar el poder a su antojo.

El Gobierno del Partido Popular debe hacerse ir al diván del psicoanálisis, dejar de mirarse al ombligo y alejar el postureo y el perfume de sus filas para bregar en la calle y ganarse el respeto de los ciudadanos erradicando todos los tics que han adquirido por imitar las males artes de otras formaciones y tener un afán de ocupar el poder.

Y eso debe ser en todos los aspectos de la vida política española: ayuntamientos, donde han ejercido un poder hegemónico y abusivo con los ciudadanos, muchos votantes suyos que han buscado otros acomodos. En las autonomías con más de lo mismo y en la gobernación del país, mirando para otro lado, ahogando las economías ciudadanas y dilatando las soluciones cuando estaba en su poder realizarlo.

Indudablemente que eso debe tener reflejo en las urnas y la herida se hará muy grave si no se rectifica a tiempo, cuestión que es válida para todos los partidos aunque en este momento estemos fijando el foco sobre el PP por el batacazo fenomenal del desastre catalán y la actuación tan desastrosa del Gobierno en Cataluña dejando a los ciudadanos españoles y catalanes a los pies de los caballos desde hace cuarenta años e inermes ante los independentistas que no han cumplido sentencias de los tribunales obligando a los españoles a cambiar de residencia o aguantar el acoso al que estaban sometidos y que nadie creía hasta que lo han visto de forma cruel y clara.

Las reformas son urgentes y no se puede esperar más ya que de lo contrario asistiremos a sucesos más graves todavía.

Así que menos paseos matutinos por el puerto de Barcelona, menos silencios, menos plasmas más decisión y eficacia a la hora de pactar y de reformar, menos postureo europeo de salón y más comunicación. Eso sí, con la Constitución muy presente.
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