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El cuento de la Navidad

24/12/2014
 Actualizado a 19/09/2019
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Llegadas estas fechas Nazario se ponía de mal humor y a la defensiva de los villancicos, el belén municipal, las tiendas y el mundo en general.

Siendo un hombre ponderado, en Navidad se sentía una rara avis que va contracorriente por no compartir estas supuestas fiestas tan alegres, tan compulsivas e inducidas por intereses comerciales. Los buenos deseos eran tan falsos como efímeros y quienes ahora decían FelizNavidad, felices fiestas y, si no nos vemos feliz Año Nuevo, le apuñalarían dentro de poco. «Eso, que no nos veamos» –pensaba–, «vaya encuentro funesto». Frases así, jamás podrían salir de su boca. De modo que cuando alguien le asaltaba con los mejores deseos respondía un escueto «igualmente».

Tan incomodado se sentía que sus amigos, viendo su mal gerol, le tomaban por enfermo. ¡Ojo con el champán, Nazario! Y otras lindezas.

Pero lo cierto es que se sentía mal.

De un tiempo acá sentía una dolorosa punzada en el pecho que le inquietaba. El médico no se anduvo por las ramas. Tienes el corazón deshecho –literal– y si no te operas no vivirás mucho. Con esta perspectiva, entró en casa con la firme resolución de no amargar las fiestas, como siempre había hecho, a la familia.

Le compró un rejol a Concha, una ‘tablet’ a su hijo, un móvil a la nuera y muchos, muchos juguetes a los nietos. Tan desconcertados estaban, al ver los bultos, que pensaron que era un burla pero, al abrirlos pensaron que el abuelo se había repasado.

Entre tanto Nazario soportaba discretamente el dolor que sentía para no inquietar a la familia. Los días fueron pasando y, al cabo de las fiestas el hombre, con la misión cumplida, se derrumbó y se dejó morir.

Al día siguiente, el cura, acabado el oficio, exclamó: «Descansa en paz».

Y no está claro, pero algunos feligreses aseguran que, desde dentro del ataúd, una débil voz respondió: «Igualmente». Dicho lo cual el alma de Nazario, como una mariposa, se perdió entre la niebla.
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