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El cuento de la criada

19/07/2022
 Actualizado a 19/07/2022
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«No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida». Simone de Beauvoir (1949). Setenta y tres años después la advertencia de esta feminista aparece más vigente que nunca tras que el pasado mes de junio la Corte Suprema de los EE. UU revocara el amparo federal al derecho al aborto y de que asistamos estupefactas a la recuperación del debate, que creíamos superado, sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo en los parlamentos de muchos países. Un debate que no versa sobre el adoctrinamiento a ninguna mujer en la toma de una decisión vital de semejante importancia como es la interrupción voluntaria de su embarazo, como muchos quieren hacernos creer, sino sobre la garantía de ejercer este derecho de manera universal y gratuita, la única manera que blinda la verdadera libertad de ejercicio de un derecho, y es que lo contrario a aborto no es vida, son intervenciones ilegales e inseguras a las que mujeres de escasos recursos se verán obligadas a someterse. En EE. UU las mujeres que puedan desplazarse a otros Estados para poder ejercer su autonomía personal y su derecho a decidir libremente sobre el embarazo y la maternidad lo harán, mientas que millones de mujeres estarán condenadas a la clandestinidad del tráfico inhumano de la salud. La realidad se muestra en datos escalofriantes como que las mujeres afroamericanas tienen tres o cuatro veces más probabilidades de morir durante el embarazo o el parto que las mujeres blancas, y que Estados Unidos tiene la mayor tasa de mortalidad materna de los países desarrollados, en particular en los Estados con las leyes sobre el aborto más restrictivas. Ese ha sido siempre el propósito que subyace bajo los adoctrinamientos, soflamas, decisiones e iniciativas legislativas de la ultraderecha, la desigualdad, la hegemonía de una clase social que controle al resto asegurando sus privilegios. Una desigualdad descarnada y cruel disfrazada de falsa protección que quieren ejercer sobre todas y todos esos que saben lo que es mejor para nosotras porque se creen en posesión del poder por la gracias divina. Como en ‘El Cuento de la Criada’, con la excusa de la defensa de la sociedad contra su destrucción violenta, se eliminan los derechos de las mujeres, a quienes dividen en castas. La «criada» es una mujer que se considera un objeto, cuyo valor está en su capacidad de gestar nuevas vidas y así mantener un modelo de sociedad impuesto. Esta estremecedora ficción se me viene a la mente cuando escucho ojiplática al vicepresidente de «este modelo de éxito» de comunidad autónoma nuestra hablar del valor de las mujeres «dadoras de vida» y culpar de la despoblación, tremenda lacra de nuestra tierra, a la ‘hipersexualización’ de la población. La primera reacción es banalizar lo escuchado como cuando lees a un iluminado en Twitter teorizar sobre los chips que nos introducen con las vacunas contra la COVID que han salvado nuestras vidas, pero esta banalización se puede convertir en una trampa mortal si recordamos que tan solo cuatro años de Trump en la Casa Blanca han supuesto La Corte Suprema de jueces más conservadora del último medio siglo que, como en la más siniestra de las ficciones, sigue un plan trazado para recortar derechos y libertades con el único objetivo de imponer su modelo de sociedad totalitario. Siete décadas después de que Simone de Beauvoir escribiera ‘El segundo sexo’, por el que la llamaron «insatisfecha, frígida, priápica, ninfómana, lesbiana, cien veces abortada y hasta madre clandestina», una crisis económica, un resurgir de la ultraderecha al amparo de una comunicación, en más ocasiones de las que debiera, sometida al imperio del dinero y un lenguaje político que no llega a la clase trabajadora, vuelven a poner en riesgo los derechos de las mujeres. Por la memoria de las que lucharon, por nosotras y por las que vendrán, lucharemos para que el feminismo sea el dique de contención de la ultraderecha.

María Rodríguez es doctora en Veterinaria por la Universidad de León (ULE).
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