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El cronista impotente

14/12/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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De nada nos han servido los tesoros de espiritualidad que nos transmitieron las generaciones anteriores. No dejemos ni rastro del pasado». Es la cruda y desalentadora reflexión del protagonista de uno de los relatos sobre la Guerra Civil de Manuel Chaves Nogales recogidos en ‘A Sangre y fuego’. Arnal, un joven pintor que fue designado miembro de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional, recorre las ciudades y pueblos intentando salvar el mayor número de obras de arte tanto del enemigo como de los ajustes de cuentas de su propio bando republicano. Sin embargo, llega un momento que el horror es tan insoportable que reflexiona sobre la conveniencia de su misión con estas duras palabras: «Cuando los hombres podían ser inmolados con tan inhumana indiferencia, lo menos que podía pasar era que pereciesen también sin duelo las obras del espíritu que no sirvieron para evitar semejante barbarie». Es cierto que el arte y la cultura, que han descrito con desgarro la sinrazón humana desde bien antiguo, nunca lograron evitar las guerras futuras. La Historia es la piedra con la que tropezamos continuamente. Aún así, y por suerte, en todos los grandes conflictos ha vencido la esperanza de que alguna vez el pasado deberá enseñarnos lo suficiente como para no repetirlo. Aquel artista que contaba Chaves Nogales se jugó la vida durante años igual que los ‘Monuments men’ del final de la Segunda Guerra Mundial o los soldados de ‘Patrimonio de la Paz’ que se afanan ahora en proteger la herencia cultural en Siria. Y si Arnal se desmoronaba de aquella manera entonces, imagínense la desesperación que podría albergar su mirada en la actualidad.

España no ha vuelto a desgarrarse en una guerra pero continúa siendo una sociedad de bandos y de venganzas donde la cultura sigue en peligro. No hay riesgo de bombardeos o de ráfagas de artillería que resquebrajen los cuadros o decapiten esculturas. No hay hogueras en las que ardan los retablos o se consuman los libros. La amenaza es más sutil pero igual de destructiva. La ignorancia y el agravio. La política contaminó la historia sin sonrojarse y ahora busca policromar de ideologías el patrimonio cultural. El nuevo sainete independentista a las puertas del Museo Diocesano de Léridapara impedir la devolución del ‘Tesoro de Sijena’ es el último ejemplo. Decenas de personas entregadas a las consignas denuncian otro robo del Estado en plena campaña electoral. La mayoría reconocen no haber visitado jamás ese museo ni siquiera conocer el proceso judicial o el interés de las piezas. Pero qué importa, si lo relevante es ayudar a la verdad de su causa. La ignorancia en masa es un arma peligrosa. A la llegada del convoy a Villanueva de Sijena algarabía y brindis con cava aragonés, para que les escueza bien la derrota.

Dicen que esta batalla de Sijena la ha ganado Aragón gracias al Artículo 155 y a que como el Gobierno manda en la Generalitat no ha puesto trabas a una decisión judicial provisional. Así que hay que aprovechar la debilidad del otro bando y la Asociación Salvar el Archivo de Salamanca pide la devolución de sus papeles. Compromís la Dama de Elche, aunque esté en Madrid. Habría que reclutar a algunos incautos y crear una Junta de Conservación del Patrimonio y la Historia que rescate la importancia de conocer la cultura más que de poseerla y pasearla. La cultura es un cronista cíclico, impotente y desatendido que jamás evita el desastre. Quizá tuviera razón Arnal y ya no merezca salvarse.
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