13/07/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Si hay un lugar por el que hayan pasado prácticamente todos los niños de la capital leonesa –y muchos, muchísimos, de otros lugares– en los últimos treinta años largos, ese es, sin duda, el Coto. Y, si tuviste la suerte de ‘vivirlo’, seguro –segurísimo– que no lo has olvidado… ¿Tú también hiciste un herbario? ¿Te dieron pan con miel? Qué recuerdos…

Fue el 14 de mayo de 1984 cuando abría sus puertas el Coto Escolar, llamado entonces de San Francisco de Asís, una apuesta del Ayuntamiento de León impulsada por Mario García, su emblemático director, para poner en valor la naturaleza, especialmente entre los niños. Hoy, treinta y dos años después, sigue haciendo las delicias de los más pequeños. Y no es para menos…

En el Coto puedes encontrar árboles de todo tipo, flores, plantas medicinales… y animales; muchos animales, que dan ‘vida’ a la instalación: osos –¿te acuerdas de Ponderoso y de Luna?–, ciervos, gamos… y hasta un emú; lástima que ya no esté el mono Francisquín…

Y claro, la estancia allí es más que agradable… Y no te digo ya si a todo eso le sumas las instalaciones de que dispone: piscina, rocódromo, cancha polideportiva…; y, sobre todo, la labor del personal –todo elogio se quedaría corto– al frente de un montón de actividades: alfarería, equitación, juegos tradicionales, jardinería…; hasta se aprende a descubrir los secretos del firmamento, allí mismo, gracias a la Asociación Leonesa de Astronomía, que se encarga del observatorio. Para no querer irse de allí, vamos. Que se lo digan, si no, a los cientos de chavales que disfrutan de los campamentos veraniegos…

¿Cuánto hace que no te pasas por el Coto? Pues no sé a qué esperas… Por las mañanas está abierto y, aunque mucha gente quizá no lo sepa, la entrada es libre. Y ya que hay pocos lugares en los que uno tiene la ocasión de visitar un entorno como este, de ‘convivir’ así con la naturaleza misma, en plena ciudad, digo yo que habrá que acercarse, ¿no?

Créeme que da gusto pasear por allí, vagar sin rumbo alguno, dejando que la imaginación vuele por momentos a sabe Dios dónde… o cuándo. Sin prisas. Y ‘desconectar’ un rato que, en ocasiones, no viene mal.
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