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El corral de los geranios

17/02/2021
 Actualizado a 17/02/2021
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La última primavera nos quedó pendiente, la anterior sigue todavía muy presente y de la que está por venir no sabemos nada. Vivimos al día y echo de menos los gestos que eran rutina hace más de un año. No había timbres en las casas del pueblo. Las puertas estaban arrimadas, la abrías, voceabas el nombre de quien vivía en ellas y llegabas hasta la cocina. Eso hacíamos habitualmente en casa de la parienta Tina, en el Arrabal del pueblo. Una vez llegaba la primavera pasábamos de largo la cocina y llegábamos hasta el corral para sentarnos en el viejo escaño de madera o en la pequeña mesa de forja. Allí, rodeados por geranios repletos de ramilletes de flores, con los gatos tumbados al sol, éramos felices. La olla iba cociendo entonces los garbanzos y nosotros improvisábamos filandones un sábado cualquiera antes de la hora de comer. Llegaba Rebeca del otro lado de la calle, bajaba Jose, se sumaba Beto… Fluían las historias de ahora y no faltaban las de antes. En una de aquellas el bueno de Beto nos contaba cómo era lo de la Seguridad Social cuando no existía. Recordaba cómo era ir a pagar los sellos y todo lo que conllevaba. «No había para comer pero nos matábamos a trabajar para pagar aquello, para que el día de mañana no nos faltase de nada», decía recordando unos tiempos que no habían sido mejores. «¡Ay! ¡Qué sabréis vosotros!», nos replicaba encantado de poder enseñarnos algo, aunque fuese la dureza de su juventud. Fue lo que nos contó en la última primavera antes de que estas dejasen de importar porque todos los días pasaron a ser iguales con la pandemia y las puertas dejaron de traspasarse por miedo a llevar inquilinos indeseados.

Beto era entrañable. Siempre padeció de una sordera a la que siempre combatía con una sonrisa. Él se fijaba en el gesto y aunque no entendiese bien de qué iba lo que le contabas por falta de volumen en la voz, sonreía y asentía. Su hermana y sus sobrinos nunca le dejaron de la mano, ni en el último momento aunque no se la pudieran dar. Se fue sin dar un ruido, en mitad de una tercera ola que lo arrastró irremediablemente, sin que sirviera de nada tanto sacrificio previo. Ahora, a la espera de la primavera, no le vemos entrar en casa al caer la tarde para atizar la cocina de carbón con cuatro astillas. Ya no echa leña a la lumbre y una semana más, lo que más quema son las ausencias.
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