El corazón del árbol

Justo castigo tuviste. Envenenaron con sal tus venas, te arrancaron la piel a tiras, y entonces, conmovidas, advirtieron que albergabas un corazón. Quizás sólo refiriesen de ti falsedades, supersticiones»

Casimiro Martinferre
02/02/2015
 Actualizado a 11/09/2019
El corazón del árbol
El corazón del árbol
Dicen que guarida de Lilit, en ningún tiempo diste fruto. Por tu tronco restregaban el húmedo vientre lagartos y salamandras. Atmósfera irrespirable de enjambres, además te protegían el zarzal y la ortiga, la mantis y el alacrán. Únicamente querencia de viejas. Desdentadas y calvas, cabalgaban desnudas tus cañones como penes indomables, fertilizaban el solar con sus orines. Los atributos del toro te traían y clavaban, y exvotos de cera, y cruces invertidas. En noches claras, en el furor de tu sombra lunar, adobaban acónito contra el pecado de las doncellas. Las tiernas carnes de los abortos nutrían tus raíces. Te pintaban estrellas de cinco puntas, con sangre de menstruación y semen de ahorcado. Despedías el olor pestífero de las chinches machacadas. Hercúleo cadalso, cuántos pendieron de tus sogas. Desde lejos, las gentes contemplaban atemorizadas aquella silueta depravada.

Justo castigo tuviste. Envenenaron con sal tus venas, te arrancaron la piel a tiras, y entonces, conmovidas, advirtieron que albergabas un corazón. Quizás sólo refiriesen de ti falsedades, supersticiones. Quizás no fueras más que una marioneta, pero ya es demasiado tarde. Necesitaban un reo, aunque fuera inocente, para aleccionar a quienes iban contra los sagrados intereses de Dios.

Hisopo de agua bendita, atambores de leñador. En el aire silbó el acero de la tronzadera. El hacho azul tajó ese corazón impuro, lo hizo pedazos. Ardió, y con él ardieron ellas.

Santa Marina, abril de 2007
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