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El complejo del algoritmo 3

05/11/2017
 Actualizado a 19/09/2019
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Cuando le dije al numerólogo mi teléfono, la matrícula de mi coche y las últimas cifras de mi DNI, resopló. Fue preocupante, algo así como si un médico te mira con compasión mientras lee los resultados de tus análisis. «Contigo voy a necesitar bolígrafo y papel. Creo que eres un algoritmo tres». Ya tenía yo bastantes complejos, pero el de ser un algoritmo tres me desconcertó tanto que aún hoy no sé si presumir o avergonzarme. El numerólogo me contó luego cuáles habían sido mis mejores y mis peores años, por qué odio con tanta saña el mes de noviembre y las coordenadas geográficas en las que mejor encajo. Como acertó en todo, no quise que me dijera nada de lo que queda por venir, no vaya a ser que tenga que circunvalar eternamente alguna ciudad o que algún año se me atragante. Por si acaso, me quedé con el número del numerólogo. Viendo los últimos acontecimientos, la forma en que a la gente le vuelven a brotar los problemas que creía enterrados, más que para preguntarle lo que tengo por delante creo que le puedo necesitar para que me ayude a interpretar el pasado. Y quien dice interpretar dice ocultar, claro. En los últimos días hemos asistido a la constatación de que la máquina del tiempo ya existe y no tiene que ver con el Delorean de ‘Regreso al futuro’ ni con las novelas de Julio Verne, sino que consiste en el acceso ilimitado a todas las huellas que todos, en todo momento, hemos ido dejando. Y nuestro rastro, sin que nadie nos lo pida, es cada vez mayor, porque somos nosotros los que nos encargamos de ir detallando nuestros aciertos y nuestros errores, confesando secretos a nuestros ordenadores y a nuestros teléfonos y a nuestras tarjetas de crédito sin que nos lo lleguen a pedir siquiera. No hace falta viajar al día del asesinato de John F. Kennedy ni esperar por oportunistas desclasificaciones de documentos sobre los grandes acontecimientos de la historia: se suceden últimamente en los periódicos escándalos sexuales que parecían haberse diluido con las resacas, declaraciones de la renta formalmente presentadas y pagadas que de pronto aparecen marcadas en rojo como los exámenes de tu infancia y te sientan delante del juez, fotografías por las que ha pasado algo más que tiempo... Los políticos han perdido el miedo a las hemerotecas, que fueron durante años sus peores enemigos, porque han generado una amnesia colectiva y consentida subiéndonos a todos a su montaña rusa de lo que ahora parece cuesta arriba mañana resulta cuesta abajo, pero en cambio hoy revisan con pánico sus viejos tuits y los atestados de alcoholemia de sus años universitarios. Todo está ahí, incluso lo que no recuerdas, y el pasado te puede estallar cuando intentes avanzar hacia el futuro. No hace falta ponerse esotérico ni catastrófico, pero quizá todo el mundo necesite a un numerólogo cerca que le ayude a interpretar la maraña de datos que lo envuelven, para que no se le olvide lo que es verdaderamente importante. Les pasa las personas y les pasa a los gobiernos. Unos parecen sorprenderse porque se haga realidad un proceso soberanista que se anunció hace casi una década y que desde el primer momento se detalló paso por paso, y otros se sorprenden de que un texto votado y publicado en 1978 les haya llevado a la cárcel. Igual es que son todos adivinos. O puede que gilipollas.
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