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El color de las hayas

11/10/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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Epigmenio Rodríguez Mancebo (Epi para los amigos) escribió una novela cuyo título tomo prestado para este artículo que me recuerda el otoño que ha comenzado. El color de las hayas es el de éste en las zonas altas leonesas y también el que ambienta la historia que Epi cuenta en su libro y que es trasunto imaginativo de una real ocurrida en su tierra, la del valle del Hambre o del río Tuéjar, uno de los más hermosos, por más que desconocidos de los leoneses, de la provincia. Tan sólo el santuario de La Velilla o los evangelistas que se conservan (tres, que el cuarto desapareció en el traslado) en la iglesia de Renedo y que proceden del antiguo palacio de los Marqueses de Prado, cuya fachada llevó piedra a piedra el obispo Almarcha para adornar el nuevo Hospital de la Regla, junto a la catedral de León, merecen un viaje a un valle que se remonta desde Taranilla, el pueblo natal de Epi, al lado de Puente Almuhey, y que tiene sus dos extremos en La Red y en Ferreras del Puerto, dos aldeas enriscadas en los montes que separan la cuenca del río Cea de la del vecino Esla.

Allí, como en muchos otros lugares de la montaña de León, las hayas lucen ahora sus colores más fabulosos, que no son los del verano, tan uniformes, ni los de la primavera, cuando los árboles reverdecen después de meses desnudos, sino éstos que el otoño pinta en sus hojas como un divino pintor que tuviera en sus paleta solamente dos colores: el rojo y el amarillo, uno para las hayas y el otro para el resto de los árboles de la zona. ¿Qué mejor momento, pues, que éste para subir al monte y emborracharse con el olor de los bosques después del amanecer y dejar que sus colores se adueñen de nuestro espíritu, tan maltratado por el día a día? Allí, en la soledad del bosque, uno se sentirá verdaderamente feliz sin necesidad de otros alicientes, como no sean un cigarrillo –el que fume– o un libro con el que acompañar las horas.

El color de las hayas, de Epigmenio Rodríguez Mancebo, sería el que yo llevaría de estar en León ahora y el que recomiendo a quien me esté leyendo. La historia de esa familia de destino trágico, la última que ha quedado viviendo en una aldea de la que todas las demás han huido, en un medio tan hostil como lleno de belleza y fantasía, es una de las más conmovedoras que uno ha leído desde hace tiempo y más conociendo que es el trasunto de una verdadera ¿Qué más se puede pedir para un día de otoño, la estación que pasa tan deprisa que deja detrás de sí la ilusión de un sueño?
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