23/02/2023
 Actualizado a 23/02/2023
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Si usted o tú (que con los años que llevamos yo escribiendo y usted leyéndome ya tenemos suficiente confianza, creo), tienes la necesidad de comprar un coche nuevo, no te quedará más remedio de rezar a los dioses para que te toque la lotería o de visitar una oficina de cualquier banco para que te aparejen un crédito, que no sabe uno si es peor una cosa o la otra. Antes de comenzar a escribir, me he documentado (como siempre hago), y la verdad es que el resultado es aterrador: Una caja de cerillas con ruedas, un Citröen C3, un Seat Ibiza o un Renault Clio, en su versión más barata, motor de gasolina, cuesta, en números redondos, dieciocho mil pavos, lo que viene a ser, para los más viejos, tres millones de pesetas. Si te vas a un modelo con motor diésel, la cosa sube hasta los veinte mil y en la versión híbrida a veinticinco mil. Si partimos de la realidad, muy fea realidad, de que en León vivimos muchos viejos, la mayoría con pensiones ridículas (a uno que cotizase por el Régimen Especial Agrario, poco más setecientos euros al mes), y muy pocos jóvenes a los que despachan con mil trescientos euros, siendo optimista, cada mes, uno no logra hacer las cuentas, y mucho menos que le salgan, para poder adquirir el dichoso cochecito...

El caso es que en la carretera o en las calles de la ciudad veo muy pocos coches como los antes mentados. Por el contrario, lo normal es ver mucho Audi, mucho BMW, mucho Volvo o mucho Hyundai de gama alta, por lo que la cuenta que hay que hacer no es en como coños pagar veinte mi pavos, sino cuarenta mil o cincuenta mil. Y si te vas a un eléctrico, la factura final sube y sube..., como las burbujas de una botella de cava de las caras.

La semana pasada, esa banda de lameculos superpagados del Parlamento Europeo aprobaron un decreto en el que se dice que, a partir del 2030 (pasado mañana, como quién dice), en Europa no se podrán vender coches de gasolina o diésel, sólo eléctricos... Lo hacen, dicen, para preservar al mundo contra los efectos del cambio climático. ¡Y se quedan tan anchos! Los coches eléctricos, que funcionan casi todos con baterías de litio, tienen un gran problema: ¿qué hacer con las baterías que se agotan o que quedan obsoletas? A día de hoy, el noventa por ciento de estos residuos se llevan a África, el vertedero universal, y que los africanos se busquen la vida. Si mueren, que les den, que no vale lo mismo la vida de un negro africano que la de un blanco residente en Berlín o en Estocolmo, ¡dónde va a parar! Además, lo molar del asunto es que las mismas empresas que han contaminado el mundo con sus coches diésel son los mismos que ya fabrican sus sustitutos limpios. Es lo bueno del ‘gran capital’, del capitalismo salvaje: los mismos que la preparan son los que proponen nuevas soluciones..., para seguir preparándola. Para ellos, lo importante es la cuenta de resultados y se la suda quién sea el idiota que les pague.

Muchos pecados tiene que espiar Europa para acometer estas medidas, sin duda ridículas, puesto que los asiáticos, (China, India, Vietnam, Tailandia, etc), no van a ir al mismo ritmo que nosotros, si no que seguirán usando el petróleo y sus derivados durante varias décadas más, sin duda alguna, porque son muchos, muchísimos, y tendrán que satisfacerlos al menos costo posible de sus economías.

Como expliqué al final del artículo del jueves pasado, estoy hasta los cojones de Europa, de sus gobernantes obtusos, de sus triquiñuelas, de sus embustes y de la propia idea de nuestra existencia. No se puede ser tan fatos como somos y como nos comportamos. Hasta los ex Verdes alemanes, aquellos que llegaron a la política en los años setenta y ochenta del pasado siglo para regenerarlo todo, se han pasado con armas y bagajes al enemigo y defienden todo aquello que aborrecían entonces, hace cuarenta años. Miedo me da que los de Podemos, aquí, en el gachi, se acaben comportando de la misma manera. Bueno, la verdad es que no sé por qué me extraño: cuando alguien toca el poder, lo primero que hace es quitarse el pelo de la dehesa que traía encima, olvidarse de sus buenas intenciones, de sus anhelos y de sus esperanzas, de todo lo que soñaron que cambiarían para hacerse funcionarios del poder, estómagos agradecidos de las multinacionales, Robespierres que defienden su parcela como dóberman furiosos..., no vaya a ser que se vuelvan a convertir en un ciudadano de a pie.

Europa, además, me da lástima, porque ha defraudado a todos lo que esperábamos que no volviese al pasado, que hubiésemos logrado pasar página, por fin, a todas las guerras, a todas las querellas entre hermanos, a todas las disonancias que hicieron que nos matáramos entre nosotros durante siglos y siglos.

Salud y anarquía.
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