El cielo aquiliano

07/06/2022
 Actualizado a 07/06/2022
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Vicente sabía como nadie de corazones, primero porque el suyo no podía medirse al tamaño de los demás. Siempre ganaba y a él no le gustaba abanderar batallas. Pero es que era un pálpito de paz constante, y dentro de él, había una humildad perpetua que convertía cada logro de los suyos en nirvana. Yo era de los suyos, hasta que el pálpito se desgastó o se hizo grande, quién sabe. El caso es que el hombre de las palabras polisémicas se fue, dejando en los demás unos cuantos centímetros más de capacidad cardíaca. Con ella en la mochila y un llanto ahogado aún por no haberte quedado al abrazo que esperaba tras la carrera, me fui por los montes que te enamoraban. Sabía que mi corazón estaba a salvo. El cardiólogo estaba vigilando tras una nube para no alterar la carrera de los Aquilianos que yo repetía más de cabeza que de piernas. Era una deuda que tenía con las estrellas que nacieron en dos años tangados a la vida. El corazón de Vicen, la honestidad de Pepe, la sonrisa de Tami, en ese cielo que queda más cerca cuando subes metros de tierra. Veinticinco años cumplía la Travesía de estos montes, las bodas de plata que Edu, el creador del sueño, hubiera querido celebrar. Y lo hizo, conmigo. Corrí por el territorio menos terrenal que conozco, padeciendo su tributo y alabando poder estar nueve horas agradeciendo. Los Aquilianos siempre me han regalado un hueco para cansarme y una casa para «descansarme» Allí vive el cielo en el que creo y se cultiva el acento con el que hablo. Por eso duele que su cumpleaños fuera en precario, con otra prueba bebé a la que hacer carantoñas mientras que a la abuela se le deja en la esquina, para que no vuelva con las historias repetidas en las que su cabeza se ha quedado parada. Esa voz lánguida que brama pasado y que a algunos les resulta apagada frente a una Farinato de grafía sorprendente y fortaleza superlativa. Dos pruebas que se repartieron un entente sin buscarlo y al que se podían haber abrazado ambas en un calendario que no quiso tener mañana. Pero mis Aquilianos saben más de regalar que de recibir, pese a que nadie les llevara tarta. Es cuestión de corazones, y a mí, sus 25 años me dieron la oportunidad de reencontrarme con ellos en su reto y con el cielo donde viven mis estrellas. Y cómo seguís brillando.
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