El charlatán o el encantador de paseantes

El ‘Charla’ fue uno de los personajes más recordados y entrañables de aquel León de la segunda mitad del siglo XX. Un seductor a través de la palabra para lograr que ‘el penitente’ se detuviera ante él y le comprada bolis, agendas, navajas, cortauñas, líquidos mágicos, limpiatodo...

Fulgencio Fernández
14/02/2022
 Actualizado a 14/02/2022
El charlatán en plena faena, cuando ya ha superado una de las fases más complicadas, fijar ‘al penitente’, acercar al posible comprador. | FERNANDO RUBIO
El charlatán en plena faena, cuando ya ha superado una de las fases más complicadas, fijar ‘al penitente’, acercar al posible comprador. | FERNANDO RUBIO
Juro que el recordar un día como hoy —pocas horas después del final de la campaña electoral— a una de las profesiones más singulares, la de charlatán, nada tiene que ver. Quien haga una asociación de ideas será por su cuenta, no por la intención de quienes somos responsables de estas páginas.

Para entender la enjundia de este oficio, representado en estas fotos por un charlatán en la Feria de San Martín del año 1970, nos invita Fernando Rubio a reparar «en la cara de sorpresa y admiración que se trasluce en los rostros» de los posibles compradores de la pieza que ofrece, que bien parece relacionada con el mundo del arte, «de alto estanding», presume Rubio.

No es un oficio cualquiera, ni mucho menos. No son muchos quienes puedan estar preparados para seducir al comprador, al paseante en la mayoría de las ocasiones, con el único don de la palabra. Saber manejar la palabra, las entonaciones, los significados y cómo decirlas es un arte del que depende el éxito del oficio.

Para los leoneses este oficio tiene un nombre propio, en la memoria de todos los habituales por la Plaza Mayor y sus alrededores, allí recuerdan a El Charla vendiendo todo tipo de productos sin más poder de seducción que la voz y la palabra: bolígrafos, cortauñas, navajas, carteras, pequeños bolsos, tarjeteros, piezas de cerámica, líquidos mágicos, limpiatodo...

No es complicado intuir de dónde le venía el apodo de El Charla al personaje que lo llevaba, de nombre real Carlos Valdivia, leonés de pura cepa, del corazón de la ciudad, un tipo imaginativo y divertido, buen pescador, amigo de sus amigos... Por cierto, sus amigos siempre de una «excelente persona». Destacan entre ellos las gentes de siempre del Barrio Húmedo: los hermanos García de La Gitana, el fallecido Miche, futbolista y hostelero en el bar con su nombre, Fernando el del Besugo... y un largo etcétera de nombres y apodos tan tradicionales en aquellas pandillas.

A través de ellos conocí y pude hacer un reportaje a un ‘ya jubilado’ Valdivia y lo que el personaje me regaló fue una lección de psicología para entender a las gentes a las que, finalmente, acababa vendiendo los productos que cada tenía en su puesto de la plaza, que la mayoría de los días era una sombrilla con una mesa, no necesitaba más, bueno sí, la palabra.

Dividía El Charla los pasos de su actuación en diversos apartados; el primero era ‘fijar al penitente’, hacer que los paseantes se detuvieran y se acercaran, para lo que resultaba muy eficaz «estar un rato callado, esperar a que pasara una señora con un bolso, a poder ser grande, y dirigirse a ella alzando la voz: ¡¡¡Señora, señora!!! Si el cocodrilo que lleva en su bolso no le adivina el pasado, el presente y el qué dirán...» y, argumentaba, ya no hacía falta seguir, la mujer se miraba el bolso y se iba acercando hacia él pues estaba convencido de que había palabras con evidente magnetismo, una de ellas era cocodrilo.

Pero había más, para sumar a las demostraciones que hacía con aquellas navajas que lo cortaban todo y tenían de todo: abrelatas, sacacorchos..., había otras palabras con poder de atracción y desvelaba algunas de ellas: Reykjavik, la capital de la exótica Islandia o lava volcánica, entre ellas. «No caigas en la vulgaridad de decir que algo de lo que quieres vender viene de París, está muy visto, donde esté Reykjavik». Así una frase contundente, seductora,podía ser la que uniera varias de estas palabras: «Este líquido que en este frasco ven procede de las emanaciones volcánicas de un volcán en erupción en los montes de Reykjavik... no te puede fallar».

Y recuerda a su vez Braulio, uno de los hermanos de La Gitana, la expresión más llamativa de cuantas utilizaba, para explicar las manos que habían fabricado los productos que ofrecía: «No crean ustedes que este producto viene de cualquier lugar, está fabricado en un taller que regentan los famosos Mancos chinos de Toledo». La verdad es que si no te convence este taller ya eres un caso perdido, salvo que apareciera por allí el famoso Miche e hiciera de gancho.
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