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El ‘César’ de la fotografía de prensa en León

24/04/2016
 Actualizado a 19/09/2019
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Pocas veces, muy pocas, debió hacer uso de sus apellidos para que le identificaran. En la práctica diaria –es verdad– tampoco lo necesitó en ningún momento. Jamás. Su rimbombante y ennoblecido nombre, César, era, por costumbre, más que suficiente para que, allá donde llegara, supieran de quién se trataba y por qué estaba allí. Era él, un hombre inquieto a una cámara pegado, que, mitad profesional de la fotografía puntual y urbana, mitad artista enfocando el objetivo hacia la noticia, enriquecía, siempre, como si de algo mágico y único se tratara, la información periodística del día.

César –su nombre completo César Andrés Delgado– no era a finales de la década de los cincuenta –sobra ya decir del siglo pasado– leonés de bautismo y registro civil. No era leonés de hecho, claro que no, aunque en los complicados y venideros años de las intransigencias políticas y las aburguesadas familias capitalinas, lo sería de derecho y con todas las consecuencias. Le habían nacido en Palencia, tierra donde el pan sabe diferente, y el lechazo, asado, sobre la mesa, recibe el tratamiento de usía. Sin embargo, aquel León de la época con sus cálidos fríos hogareños, mitigados por el humilde brasero de carbón de caña bajo los vuelos de la mesa camilla, sería su tierra definitiva y de sangre.

Precoz fue el galán palentino, el jovencísimo César, en cuanto a dedicarse a lo que ahora, por aquello de la modernidad, se dice medios, en este caso escritos –algunos, por su interesado y miserable caleidoscopio, se quedan en cuartos escasos–, ya que con quince inviernos sobre sus inexpertas espaldas –vio su primera luz en noviembre de 1933– se incorpora –corre el año 1948– al Diario Regional de Valladolid. Eran los comienzos.

Pero ocho después desembarca en la capital leonesa –Fotograbados Estébanez es su destino–, y dos más tarde –en 1958– lo acoge el por entonces vespertino y católico periódico Diario de León. En las páginas del rotativo, en el que el cura Antonio González de Lama dejaría una parte de su impronta literaria y un buen fleco de su intelectualidad contrastada y apabullante, César, con veinticinco años, destaca en la foto. Es lo suyo. Con un simple ‘clip’, ejecutado con firmeza y el dedo índice sobre el disparador de la cámara, va ganando credibilidad y apoyos. Sus fotografías se valoran y, lo más importante, se entienden. Son igual de expresivas que didácticas. Son documentos en sí mismas. Y son imágenes insustituibles cuando la rotativa inicia el proceso de impresión del periódico. Hoy, con las nuevas formas de interpretación oral, con los distingos actuales y a veces –se dan casos– maliciosos, le dirían fotoperiodista; de aquella, fotógrafo de prensa –con toda su categoría– que venía a ser, por su infinita complejidad y dedicación, el todo de los todos. La maestría hecha foto.

César, junto a sus objetivos y encuadres perfeccionistas, fue de los profesionales dedicados las veinticuatro horas del día a su oficio, a su cometido; a sus fotografías. Era igual donde se produjera la noticia. Su cámara parecía disfrutar de la ubicuidad. O al menos eso se creía. Y, después, en el laboratorio de revelado, en la habitación oscura, la vida se le paraba al positivar la película. Las cuatro paredes y la luz roja que las bañaba, se convertían en su segunda casa. O la primera, que nunca quedó –ni quedará– claro el hecho como tal.

Transcurren doce años y el diario Proa –luego, a partir de septiembre de 1975 La Hora Leonesa– requiere sus servicios. Es 1970. Por primera vez en la historia de la prensa de la capital leonesa un ‘gráfico’ es fijo –desde el primer día– en la plantilla de un periódico. Unos meses antes, en 1968, había obtenido el premio ‘Mejor Fotografía’ que otorgaba el Diario Pueblo, a la sazón dirigido por Emilio Romero, y, junto a ABC, un referente inexcusable de las publicaciones diarias nacionales. El nombre de César, con todas las bendiciones, había traspasado las difíciles fronteras provinciales.

Durante la década siguiente recibe varios reconocimientos y premios, y en 1984, debido a la subasta de los medios de comunicación del Estado –entre ellos, La Hora Leonesa– se traslada, con ilusiones renovadas y sus bártulos profesionales, al área de Educación y Cultura de la Delegación Territorial de la Junta de Castilla y León. Sus archivos personales, como una segunda piel, se van con él.

En cualquier caso, hubiera sido injusto que todo aquel material, aquellos clichés perfectamente ordenados por tiempo y materias, se quedaran adormecidos en el anaquel de los recuerdos. O exclusivamente para deleite personal y de sus descendientes. Y surgió la idea. Una cuidada selección de sus miles de fotografías serían reproducidas en un libro que se tituló ‘César, treinta años de periodismo gráfico en León’. El editor y recordado leonés, Santiago García, se encargaría de la composición obra, para lo que contaría, además, con el auxilio de los brillantes textos de Pedro Trapiello, Miguel Cordero del Campillo, Ángel María Fidalgo y Francisco Martínez Carrión. Es 1991.

De todo ello se cumple ahora veinticinco años, un cuarto de siglo para un libro que siempre será de actualidad, de permanente consulta, curiosidad y, quizá lo más destacado, de referencias históricas locales y provinciales. Una efeméride que sirve de pretexto para recordar la figura de César, el maestro de cuantos, a continuación, fueron ejerciendo el mismo oficio: la fotografía en los periódicos.

En el libro –que consta de ciento setenta y cuatro páginas– no se discute la destreza y la impetuosidad de un César entregado a su pasión y a su profesión. Fotografías que principian en el año 1960 con la imagen de la ‘mezquita de Ben I mea’ –los famosos urinarios– en la plaza de San Marcelo, enfrente del Ayuntamiento, y concluyen, en enero de 1989, con la Duquesa de Alba en el CIR número 12 de Ferral del Bernesga –hoy Base Conde Gazola–, donde acudió la dama para la jura de bandera de uno de sus hijos.

César, retirado de la profesión –que no de la fotografía– disfruta de la vida, a sus 82 años, por tierras del Mediterráneo. Y allí, con un clima más benigno, más llevadero, es feliz. Viene por León menos de lo que debería porque aquí se le quiere y se le admira. Como persona y como autoridad de lo que debe ser un fotógrafo de periódicos. Por eso, tampoco resultaría descabellado que bien él o bien su hijo, también de nombre César y al igual que el padre, fotógrafo, se planteara una reedición del libro, en este caso, naturalmente, no corregida pero sí aumentada. Y es que da gloria visitar sus páginas y comprobar que, efectivamente, aunque la vida continúa, también es recuerdo en sí misma. Y César, con su libro, lo acreditó.
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