22/05/2023
 Actualizado a 22/05/2023
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Ese suave y nervioso cervatillo que recorría estos días de atrás la orilla derecha del Bernesga no debía saber lo peligroso que es esa parte de León para inocentes, desprevenidos y cándidos corazones, como lo son los de esos dulces animalitos y los de los poetas. No debía saberlo, y nadie debió decírselo. De lo contrario se hubiera ido a vagar por las orillas del otro río, por las alamedas de la Candamia, en las que el Torío se solaza y revuelca en pozas y remansos, sin meterle miedo ni al lucero del alba, y sin tenderle trampa alguna a la inocencia vecinal. En el otro, en cambio, desde San Marcos hasta la Plaza de Toros, por todo Papalaguinda, no hay más que puentes en los que suceden cosas bien horribles.

Y eso lo dice este que se declaró siempre partidario de valorar El Ejido, desde la Catedral hasta la orilla del río, siempre teniendo en frente a los morriones terrosos que apuntan a la Sobarriba, siempre buscando la huida de aquella ciudad de tiendas y paseos, en los que la ‘cuidadanía’ presagiaba que, tarde o temprano, había de alumbrar un futuro presidente de gobierno, un premio grande de literatura, o alguien a quien le seleccionasen para viajar hasta la luna. El Ejido, un barrio obrero, aunque ‘divino’, (no hace falta que rían) en cuyas tabernas se jugaba a los bolos y jamás se perdían de vista las torres de la catedral como dos velas del navío en el que la ciudad viajaba lentamente hacia el olvido.

Algunos subíamos cada día hasta el barrio Húmedo, pero nunca más allá, por miedo al terrible frío que soplaba de los altos de la historia que aseguraba que allí mismo concluía la ciudad romana, la auténtica, la de verdad, la viva, y que más allá, todo era mentira: Santo Domingo, la Inmaculada, San Marcos, la Condesa, y hasta la estatua del buen Guzmán, el héroe leonés que les tiró el puñal a los enemigos para que, si querían, mataran con él a su propio hijo.

Pero peor le debió ir al corzo que vino a nacer por aquellos mismos días en el alfoz, que las autoridades ni siquiera dicen dónde para que no acudiera el público a llevarle oro, incienso y mirra, proclamándole rey, en contra de toda a cuadrilla de políticos que se presentan a las elecciones asegurando que, si salen elegidos, sacarán a León de su ya imparable declive y construirán viviendas altas, con grandes balconadas, a lo largo y ancho del Torío, sustituyendo las alamedas por modernos y altos edificios con muchos restaurantes y cafeterías.
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