El centenario de Eva González

Es el símbolo del Alto Sil y exponente señero de amor al terruño y primordialmente a sus gentes

Marcelino B. Taboada
24/12/2017
 Actualizado a 16/09/2019
Imagen de la sonrisa de la poetisa Eva González.
Imagen de la sonrisa de la poetisa Eva González.
Nuestra protagonista, Eva González, adquirió conciencia cierta de sus orígenes, a los que honró y cantó en sus poemas, sintiéndose vinculada intrínsecamente al Concechu de Palacios del Sil (coincidente, grosso modo, con su antecedente Ribas de Sil de Suso). Nació esta persona ejemplar ‒ literata ligada indisolublemente a su pueblo ‒ en el siglo pasado, sufriendo las penurias de posguerra y carencias de tiempos de múltiples trabajos y fatigas (como ocurrió con toda la generación a la que pertenecía) y fallecería, tras una dilatada enfermedad postrera, en el reciente año 2007. Aunque ciertamente los homenajes o reconocimientos hacia su figura ‒ imprescindible si se quiere datar y narrar el ambiente de la época en que vivió ‒ no se escatimaron (al contrario de los no prodigados a muchos bercianos ilustres pretéritos), es de estricta justicia recordarla y poner en valor su concepción humana y lírica (dedicada sustancialmente a una relativamente amplia zona) y, subjetivamente, concederle una altura moral e intelectual sin parangón posible. En su ámbito (área suroccidental del dominio de cultura asturleonesa, adscrita a la variante dialectal denominada patsuezu o pal.l.uezu) no es reseñable ni comparable una contribución coetánea semejante, en volumen y calidad, ganándose el derecho de ser incluida en el movimiento de creación dorada o surdimientu de la lengua asturiana.

Una nota biográfica a resaltar convenientemente se infiere de sus manifestaciones escritas, al referirnos a su tendencia errante, que plasman la realidad de su etapa de mujer adulta y la necesidad de trasladarse a lugares con mayores oportunidades. Sin embargo, ella declara su anhelo anímico ‒ y hasta añoranza y nostalgia ‒ por volver siempre a disfrutar, identificarse y subsumirse en sus raíces plenamente idiosincráticas. La singularidad de sus paisanos y de todo aquello que los rodea es glosada en una parte considerable de su producción poética, fluyendo de un modo natural, incontenible y con unos tintes afectivos considerables. Uno de los puntos de apoyo inexcusables de su existencia se identifica, sin duda, con su ámbito familiar. La extensión (en número) de sus parientes es notoria. Pero, más allá de esta afortunada circunstancia, las alusiones efectuadas a su padre (del que destaca su habilidad de cazador) o la alegría que suponían las visitas estivales vacacionales de sus descendientes, en el último tramo de su andadura vital, ratifican este trazo inconfundible de su carácter y predisposición personal.

A modo de personaje entrañable, tuvo que dedicarse a la práctica de un oficio típico de aquellos años de religiosidad aparente: la enseñanza de la costura, habilidad muy valorada entre la parroquia femenina, casadera o con pretensiones de nupcialidad o simplemente de mejorar el atuendo de sus congéneres.

El contexto socioeconómico que afectó a su trayectoria y experiencias, de apreturas y autoconsumo, mudaría paulatinamente con las incipientes aperturas de nuevos pozos mineros, el dinamismo creciente en el transporte por ferrocarril (de vía estrecha) y el paso de una población dependiente del sector primario (vaqueira) a otra de tipo industrial y empleada en la extracción de carbón o en el sector que impulsaba el sistema autárquico, subordinado al aumento del consumo de energía. Una singularidad, no demasiado frecuente, de la autora palaciega se asocia a su decisión algo tardía de implicarse en el mundo de la composición de poemas y, todavía con mayor incidencia, la demora en la publicación de los textos (una vez compilados, algunos se han divulgado incluso tras su deceso).Es muy representativa de la llamada literatura de tradición oral, siguiendo fielmente los rasgos y preceptos de esta clase de libros: métrica, estilo y ritmo ajustados a la peculiaridad de los temas y episodios a reflejar con bastante exactitud.

Tras una experiencia editorial previa (la difusión de un adelanto titulado Poesías ya cuentus na nuesa tsingua), la columna vertebral de sus aportaciones se comenzó a efectuar con un primer volumen de toda una serie (Na nuesa tsingua), al objeto de completarse esta colección con los restantes poemarios: Poesías ya hestorias na nosa tsingua (1980), Bitsarón (1982, asociado más tarde a un éxito en una interpretación musicalizada), Xentiquina (1983), Xeitus (1985) y Brañas d´antanu ya xente danguanu (1990). Asimismo cabe remarcar la difusión de otras varias recopilaciones: Poesía completa (1991), Cuentos completos (2008) o Pequeña Enciclopedia de Nós (2010). Una curiosidad especial a subrayar es que ninguno de ellos se reeditaría o versionaría luego con su correspondiente prólogo, excepto en el sexto: único que se constituye así, en este aspecto, en epílogo ilustrativo del motivo y contextualización del conjunto. Además, por lo que concierne al ámbito organizativo, todos los textos integrantes de esta antología obedecen a una idéntica organización espacial y formal: un principio, que contiene las elaboraciones versificadas de la escritora; otra relativa a la transcripción de sencillas narraciones y, a manera de colofón añadido (aunque igualmente precioso y meritorio), una colaboración de su hijo: Roberto González-Quevedo. Esta se plasma también en verso, pero dotada de una mejor factura (en cuanto a diversificación de recursos y corrección académica y formal). Mas, en mi opinión, este dominio estructural no supera la plasticidad, ante todo por lo que atañe a las connotaciones de genialidad, tintes ‘naïf’ o de ingenuidad humana y la devoción por el romance de aludida gran señora.

Queda, sin embargo, por sacar a la luz un compendio de acontecimientos autobiográficos de la vate leonesa. Esta labor se intentaba acoger bajo un epígrafe suficientemente comprensivo: Hestoria de la mia vida. Asimismo cooperó nuestra ilustrada paisana en la elaboración de diversos proyectos colectivos, participó en diferentes medios y revistas con artículos (vgr.: mediante sus colaboración en El Calecho) y reseñas valiosas e inimitables.

Si un apunte puede servir, a los efectos de calificar la obra de Eva González, se cohonestaría perfectamente con su amor y sensibilidad respecto a la naturaleza circundante. Es decir, a sus innatas potencialidades para mitificar, sublimar e idealizar todo lo que la rodeó en su inocente infancia. Valga, como ejemplo, la alusión de los lugareños al renubeiru o a la faena, consistente en faer la güelga en el crudo invierno, del abuelo. En cualquier caso, ella consideraba a los elementos naturales en función de accesorios indispensables ‒ a veces, actores principales o insustituibles ‒ y no a manera de decorado, escenario estético o superfluos aditamentos. La sistemática congénita con que la poeta trata a los sujetos cercanos y entrañables convence, amparada en la contemplación de tradiciones, instituciones antiguas concejiles de derecho consuetudinario (p. ej. las vencias) o las celebraciones y fiestas cuasirituales anuales: la matanza del güechu, la caza insolente de esguilus o hasta pájaros pseudodomesticados, el período de cortejo y emparejamiento de la pita de monte...En este orden de cuestiones, es preciso realizar una consideración especial de los sujetos de atención preferente de la mujer que magnificó el medio ambiente y los hábitos, costumbres y tradiciones de su comunidad, o sea, los apartados raciales de sus ancestros. Dividiremos estas componentes en siete aspectos a patentizar (sin afán de exhaustividad): los animales (in extenso), el factor consuetudinario o de convivencia rural y comunitaria, las plantas y el extenso y rico ecosistema, el paisaje y sus cambios estacionales, las vivencias desde las perspectivas de la niñez, las leyendas y creencias populares y los sentimientos íntimos e inexplicables.

Si bien la naturaleza se enseñorea y se perpetúa en buena parte de la tarea primordial del sin par personaje femenino antes citado, se constata esta condición de género en la sensibilidad, armonía y sexto sentido que se trasluce en su interpretación de hechos auténticos. Por ello la fauna esplendente, original y adaptada secularmente al enclave que amó se traslada e imprime una huella indeleble en su pensamiento y anhelos de corazón. Entre los datos anecdóticos que nos reveló se halla el evento inolvidable del encuentro con un oso, medroso en su faceta pacífica y de una fiereza extrema si se siente atacado; el hábito, en la entonces normal tendencia a la actividad cinegética, que se subsumía en la compartición y repartición culinaria de los logros y trofeos (una reminiscencia de lo que, en la antigüedad, era de obligado respeto al ser los animales libres e indómitos). Asimismo otra expresión, en torno a esta íntima convivencia social y coexistencia con los animales peligrosos, es la mitificación del lobo (’tsobu’) en su perspectiva de maligno, dañino y de mala entraña. Esta idea era generalmente ínsita, desde la más lejana noche de los tiempos, al común de los mortales y en el ‘paraíso de las brañas’ se hipertrofia y magnifica por razones fáciles de comprender.

A fin de finalizar esta entrega preliminar conviene adelantar alguno de los puntos básicos a desarrollar en otra página a cumplimentar, enumerados en forma resumida y sin pretensión de agotar el interés suscitado ante los seres vivos y los cuentos propios de los lugareños del espacio precisado: la flora, las plantas y las flores, los paisajes espectaculares, pintorescos o primigenios, las estaciones, los fenómenos atmosféricos y las creencias fantásticas y trufadas de superstición o de extracción religiosa, sus recuerdos de la tierna crianza y juventud, las leyendas locales y del imaginario tradicional… Es el momento, pues, de rematar este capítulo preliminar, trayendo a colación algún detalle de lo que se referirá en la siguiente ocasión de continuar esta temática: su predilección por las especies arbóreas de su entorno, donde proliferan muchas especificidades y ciertos ejemplares de porte destacable, le permite evidenciar sus gustos (que se asimilan a debilidades sentimentales, en cuanto a capacidad de admiración y estima profundas). Quizá el xardón, el bedul y el rebollu sean presentados (conforme a sus aplicaciones y opciones de tratamiento y utilidad) con un presunto orgullo y afecto diferenciado. Las frutas salvajes, por otra parte, llaman poderosamente su atención pues es amiga de los deliciosos frutos bravos amargos y acedos. El cereisal es el aditamento vegetal que le resulta más inspirador y, entre los aprovechamientos frutales, sus favoritos se resumen en un catálogo donde se suceden perfectamente los aromas antes mencionados: peruchos, ablunos, caruezas, muruéndanos, cereisucos, arándanos…

Un relato de gente menuda ‒ aderezado con una acertada intensidad expresiva ‒ narra la costumbre infantil de proceder, superada la fase de maduración de las mores, a confeccionar los machucos. Estos productos, recientemente recolectados, se extendían entonces encima de una lasca, que previamente se había limpiado y acondicionado. Y se proseguía, en medio de un jolgorio totalmente espontáneo, al aplastamiento de estos frutos de escandalosa tintura. Los rapazos, tras esta operación, lamían y relamían tan extraordinario elixir y maravilloso brebaje. Una rareza ‒ que no anomalía ‒ climatológica del valle de Palacios es la consabida nublina, exclusiva de las jornadas calurosas de verano que, en el caso de un improvisado visitante, es admirable. Significaba un obstáculo adicional y temido por los brañeiros cuando se dirigían en pos de sus rebaños de ganado. Era, en esta coyuntura, complicado ejercer de pastor puesto que el riesgo de extravío se acrecentaba, debido a la pérdida de orientación ante tanto manto albo y absorbente. Por su teórica procedencia se asimila a una indeleble importación de la Reina d´Asturias.
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