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El carismático

02/01/2022
 Actualizado a 02/01/2022
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Si el tejido empresarial es el músculo de una ciudad, Electricidad Rabanal fue el tríceps del León de los años ochenta y su alma máter mi tío Fernando, ‘exitus letalis el día de Navidad. Soberano de sí mismo hasta el final, podría llevar un epitafio que dijese «Celebrando la vida desde 1934».

A pesar de estar más reparado en quirófano que si fuese distinguido paciente de la Ruber, derrochaba actividad permanente y curiosidad inquebrantable, por eso todavía hace unos días se interesaba por el salto profesional de una sobrina científica. Fue un empresario talentoso, referente de las instalaciones eléctricas en León, desde su taller y atacando grandes obras, materializando la bonanza de finales de los ochenta cuando estrenaba reloj atómico al volante del BX de suspensión hidroneumática, flipe de sus sobrinos. Luego sufrió el revés que vivió España a mediados de los noventa. Y cuando lo superó todavía le quedaron ganas de arreglar una finca con piscina y chimenea para disfrute de todos, quizá por añoranza de la huerta familiar donde vivió maravillosos veranos de tardías meriendas y eternas sobremesas de charla al raso.

Se dijo de él en casa que era como la Santísima Trinidad, por tener un carácter poligonal, de cuyas distintas manifestaciones se recordará sobre todo el carisma. Faltando mi abuelo, con compromiso y generosidad inigualables, se echó a mi gente a la espalda, líder y pater familias rotundo. La vida con los suyos le daba felicidad, la propiciaba siempre que podía, y la aprovisionaba magnánimamente. Su último detalle fue regalarnos un árbol genealógico, todos en sus pensamientos siempre. Nos llevó de viaje a muchos, a mí de niño a conocer el Mediterráneo a Peñíscola, donde madrugábamos con gusto para desayunar porras recién hechas, dulces vacaciones en la playa. Los últimos fin de año los pasamos juntos, comiendo bígaros alfiler en ristre con el apetito de quien está feliz rodeado de la prole. Despechugadamente feliz.

Dejó notas o cartas para todos sus afectos, entre otros sus dolientes buenos amigos (aquellos con los que bombardeaba festivamente de petardos el Húmedo en Nochebuena) y los cuatro hijos y cinco nietos que llevan su sangre y la de mi tía, quienes honrarán su memoria a buen seguro y para regocijo de él, que sabía cuánto contaba el relato. Se merece pasar a la historia como aquellos otros de su nombre, regiamente y, aunque sin corona, con apodo. Con tu permiso, valga Fernando ‘el Carismático’. In memoriam.
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