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El canto de las sirenas

10/07/2022
 Actualizado a 10/07/2022
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El pueblo es pequeño y las casas se apiñan unas contra otras para defenderse de un piélago de tierras –cultivadas algunas, desatendidas otras– y de bosques de roble donde apañar algunos troncos para el invierno o pinares de repoblación en los que no se puede entrar, comidos por la procesionaria y tapizados de ramas secas y pinaza. Visto desde el alto y a lo lejos, la aldea parece derivar entre ocres y verdes que oscilan cada año, cada estación, y amenazan con invadir poco a poco las casitas más modestas, las más cercanas a la resaca del campo.

Ese mar está en calma esta noche. No sopla ningún viento y el atardecer atiza un fuego lejanísimo, escenográfico. Tanta es la quietud que el universo todo se creería un espejo de agua inmóvil.

Durante esas últimas horas del día los visitantes procedentes de la ciudad apenas han salido de la casa, descargando trastos e instalándose, y en la cena han hablado sobre todo de esa «paz y tranquilidad» (las dos palabras han ido juntas casi siempre) que les regala esta casa tan apropiada para «desconectar».

Mientras lo hacían el joven prestaba su atención a la pantalla del teléfono, enchufado para recargarse y, a salto de pantalla, pensaba en la paz y tranquilidad de las cosas viejas y muertas. Cuando recogen la mesa la oscuridad ha caído y la sensación de quietud se acentúa.

Se acuestan al poco, tras un pesado día de viaje y trasiego, estos nuevos inquilinos de una casa desconocida, y pronto cierran los párpados arrullados por un silencio sólido e inapelable, cuando… ¡¡Zúmbale mambo pa que mis gatas prendan los motores. Que se preparen que lo que viene es pa que le den (¡duro!)!!

¡Mecagoensandionisioooo!, el aullido sobrepasa por un instante el volumen de la estridencia que llega desde la calle. Se encienden luces en la casa, se oyen golpes y blasfemias, arrastrar de sillas, un dedo meñique que se golpea contra algo desconocido, un aullido distinto... A ella le gusta la gasolinaaa. Dame más gasolinaaaaaaa. Cómo le encanta la gasolinaaaaa. Dame más gasolinaaaaaaa.

Al cabo de unos minutos el jaleo en la casa va cesando y se abre paso la resignación. Poco después, entre el estruendo se oye movimiento en la habitación del al lado. Se levanta él, el joven que se pasa la vida pegado a la pantalla se viste sin decir palabra y sale sin ningún sigilo, con un portazo angelical que se clava en el costado del padre. Que nada dice pero se descubre pensando que también le gustaría acudir a ese canto, una vez desvelado y aunque no le guste. Quizás para armar bronca, quizás solo para unirse a la verbena y beber, bailar, beber, bailar. Sabe que eso hará el chico y le gustaría unirse y dejarse llevar, pero también sabe que el tiempo de las sirenas ya no es el suyo y se ata a la cama, apretando los párpados con fuerza.
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