Alfonso B&W

El canario de la mina

01/10/2020
 Actualizado a 01/10/2020
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Salíamos más fuertes. O eso nos vendían, que éramos el ave fénix, pero nos hemos quedado en el enclenque canario de una mina. No lo digo yo, son palabras de la ministra que vela por esta vieja piel de toro fuera de nuestras fronteras, donde todo el mundo pregunta no solo por qué no salimos más fuertes de la primera ola de la pandemia, sino también por qué entramos más débiles en la segunda.

En el terruño leonés sabemos cómo solía acabar el pajarito con el que los mineros intentaban anticiparse al grisú y salir antes de que explotase si lo veían patas arriba. Acababa como tantas y tantas personas desde que el virus se hizo fuerte. Pero no somos de nuevo el canario de la mina y la avanzadilla de la pandemia por aligerar la desescalada para ir de vacaciones, sino por ignorar por completo y a sabiendas lo que nos esperaba al volver. No cabe ya la excusa de la imprevisibilidad.

Aquí también sabíamos que el canario de la mina se iba a quedar sin trabajo, pero miramos para otro lado e hicimos polideportivos desguazados por el paso del tiempo y la escasez de guajes en vez de buscar alternativas económicas para cuando nadie templase su corazón con pico y barrena. Una vez más con el culo al aire y viendo cómo se buscaban culpables fuera del terruño o en cualquier color político que no fuera el de quien hablase en cada momento. Y nadie tiene alternativas, por mucho que las instituciones sean ahora fábricas de humo, como si quisieran hacernos creer que las térmicas van a seguir abiertas, o por mucho que empresarios y sindicatos se llenen la boca de reivindicaciones sin aportar ni una sola idea novedosa que genere ilusión en una sociedad descreída y cainita como la leonesa.

Cuesta ver que sea más sencillo montar molinos eólicos del tamaño de tres catedrales en la montaña que llevar la fibra óptica o desbrozar una ruta en un pueblo para que cuatro caminantes se dejen caer por allí a comer y hagan ver al dueño del bar que merece la pena seguir abriendo.

Cuesta ver una ciudad cada vez más silente en la que tendremos nuevos espacio para pasear, pero en la que solo quedarán jubilados, funcionarios y turistas que muchas veces son quienes vuelven los fines de semana a la tierra que un día les negó un futuro. Somos León.
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