eduardo-bajob.jpg

El campo en sus manos

04/03/2020
 Actualizado a 04/03/2020
Guardar
Vivimos presa del miedo, por la amenaza de la Parca, que si bien nos ronda desde que nacemos, ahora viaja en alta velocidad. Nos dicen que nos lavemos las manos, lo cual no es muy habitual en estos tiempos porque, hay cosas, que sólo se aprenden, si se ven en casa. Posiblemente se haya instalado en nuestra memoria colectiva, el episodio e Poncio Pilatos que, lavándose las manos, causó la muerte de Jesucristo. Recuerdo los lavamanos del cura, en mis tiempos de monaguillo. Cuando la misa era en latín y el cura miraba hacia el altar. La ceremonia era más iniciática, más mágica.

Otra característica de las manos es el trabajo manual, perfecto, impecable. Con los dedos de la mano, se cuentan –los de los pies que se llaman ‘dedas’–. En base a eso, usamos el sistema decimal. Los galos sumaban los dedos con las ‘dedas’ y el resultado, veinte, dio un sistema vigesimal. De ahí que, para decir ochenta, digan «cuatro veintes».

Con uno u otro sistema, a los agricultores leoneses no les salen las cuentas. Así, un producto tan básico como la patata, se envasa en León, pero la mayoría vienen de Francia. Y así, casi todos los productos agrarios. Sin duda, en la Valduerna y otras vegas de León, se crían mejor y más sabrosas. Pero las condiciones y compromisos de unos políticos que no defienden su tierra, los intermediarios y la codicia de las grandes superficies –que son de fuera– hacen que la situación del campo leonés sea crítica.

El aldabonazo de la tractorada fue espectacular. Me llamó la atención la participación de muchas jóvenes mujeres, dominando una máquina de los 200 cv de un tractor. Ellas son el futuro, no los políticos cretinos que hablan de fijar población.

Hay manos tersas, suaves, pálidas –«Las Manos sucias» que decía J.P. Sartre– y sólo valen para dictar leyes, sin conocimiento, y contar dinero. Por el contrario, las manos de los agricultores son grandes, fuertes y francas. Sus venas, sus nervios, son como las grandes manos de los santos románicos de nuestras ermitas. Son, en palabras de Antonio Machado, «Buenas gentes, que viven, laboran, pasan y sueñan, y un día como tantos, descansan bajo la tierra».

Es lo mínimo, pero no hay nada más justo.
Lo más leído