El cadáver exquisito

Por Valentín Carrera

11/02/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Fotograma de La Novia Cadáver, de Tim Burton.
Fotograma de La Novia Cadáver, de Tim Burton.
El pasado viernes se estrenó en el cine Edesa de Ponferrada una nueva versión de la magnífica película de Tim Burton La novia cadáver, remasterizada por Paquí Pallá  Films, la productora audiovisual del PP, dirigida por el cineasta Alfonso Mañueco y protagonizada por Gloria Fernández Merayo y Marco Morala.

La peli está hecha con las técnicas digitales más avanzadas de Zamora: una auténtica stop motion, una obra divina de la muerte, una auténtica opus dei. Puro arte. No quiero hacer un spoiler: solo les avanzo que al final la protagonista muere. Vamos con el argumento, inspirado en la técnica surrealista del cadáver exquisito, inmortalizada por Bretón y Dalí.

El rodaje de La novia cadáver comenzó hace cuatro años, en febrero de 2015, en el salón familiar de Eduardo Fernández (Óscar al mejor actor secundario por El padrino). Era una tarde plácida de sofá cuando Eduardo recibió la llamada del Gran Jefe; no de Ulibarri, sino del otro Gran Jefe:

—Necesitamos una profesional de reconocido prestigio, mujer y con experiencia política para la alcaldía de Ponferrada.

La primera parte de la película es divertidísima. Con su encargo a cuestas, Edu suda tinta buscando una perla en un pajar y en todas partes le dan con la puerta en las narices. El espectador disfruta con la degradación psicológica del personaje: cómo Fernández va arrastrando los pies, desesperado, rebajando expectativas. No una ni dos ni tres veces, ¡qué cruel el guionista!, siete veces recibe un corte de mangas, hasta que su peor enemigo le susurra: «Hay una ex-concejala de Bembibre, Gloria, que la echaron porque no la soportaban, la tienes a güevo».

—Jefe, la tengo.

A partir de aquí la película da un giro: lo que parecía una comedia de Disney, con su dulce Blancanieves, se convierte en una pesadilla con Madrastra mirándose todo el tiempo en el espejo: «Habrá alguna alcaldesa más guapa que yo?». El espectador, acojonado en su butaca, observa cómo se masca la tragedia mientras el seleccionador digital Edu desaparece de escena y su esbelta figura se diluye en el tiempo como lágrimas en la lluvia: «Es hora de morir».

El Partido Popular de Ponferrada –que había alcanzado 18.076 votos en 1999– iba descendiendo un escalón cada cuatro años: 17.747 votos en 2003; 17.216 en 2007; y 13.483 en 2011; hasta darse un tremendo batacazo, o un batacazo glorioso, como ustedes quieran, en 2015: 7.533 votos, el peor resultado de la historia del PP ponferradino [seis mil votos menos que en 2011 y diez mil votos menos desde 1999].

—¡Ganamos, Jefe, solo hemos perdido 6.000 votos! —se oye decir, en una conversación desde Orión grabada por la UCO al brillante seleccionador digital.

Perdida la batalla, en los cuarteles se fragua una coalición de perdedores. Un sorprendente giro de guion recupera el aliento de La novia cadáver. El concepto es tan fuerte, y a la vez tan extravagante, que al espectador le cuesta creer lo que está viendo: un cónclave de egos difuntos –todos ellos actores y actrices consagrados en La Noche de los Muertos Vivientes– elige a la candidata muerta, ¡Alcaldesa de Ponferrada! En este punto la historia entra en barrena.

Creyéndose viva y viéndose en el espejo guapa entre las guapas, la Novia Cadáver convierte los cuatro años de su mandato en la peor legislatura de la historia de Ponferrada. Su absoluta incompetencia y sus malos modos ocupan toda la pantalla en tecnicolor y con sensorround en modo diapasón histérico.

En esta parte hay escenas dignas de Tim Burton: el montaje inserta secuencias patéticas de la vida real como inauguraciones de macetas, faltadas a funcionarios, desplantes a periodistas y plenos municipales seleccionados por Gila para la Antología del disparate.

La degeneración municipal de Ponferrada es tan fuerte que el espectador entra en pánico y se retuerce de dolor: ¿Qué insulto es este a la ciudad? ¿Cómo es posible que un partido político de orden castigue de este modo a sus vecinos y a sus propios votantes?

En su condición de cadáver exquisito, la protagonista convierte el Ayuntamiento de Ponferrada en Pesadilla en Elm Street: prepotencia, ignorancia, gritos, desprecio a compañeras de corporación… y la peor gestión pública, si se puede llamar gestión a los cuatro años de horror municipal de La novia cadáver.

Hacia el final del largometraje hay una secuencia documental: Jordi Évole hace una encuesta a cientos de ponferradinos, incluyendo unos cuantos cargos políticos, y explica a cámara el resultado: «No he encontrado un solo vecino que hable bien de Gloria, y quienes peor la ponen son sus propios compañeros de partido».

Durante este tiempo, vemos cómo la ciudad se hunde en el marasmo y la apatía, se vuelve una ciudad inculta y triste, llena de macetas; pero cuando el espectador está en el culo del infierno, un nuevo giro nos sorprende: renace la Luz. Aparece y toma el mando de la nave el superhéroe local, encarnado por el actor Marco Morala, Goya de Honor por su papel de cofrade en La vida de Brian.

No hay final feliz; el guionista deja todo abierto y sembrado de incógnitas, pero el espectador se siente aliviado cuando Mañueco dice a Morala:

—¡Puede besar a la novia! –y el cadáver exquisito se deshace como una colilla, cuyas cenizas son arrojadas al río Sil–.

—¡Pulvis eris et in pulvis reverteris! –sentencia Morala, que sabe latín–. ¡Sic transit Gloria mundi!
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