El caballero de Mollenta

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
27/11/2022
 Actualizado a 27/11/2022
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Era de Prada de Valdeón, y le llamaban "MOLLENTA" por su disponibilidad, su ternura, su talante amable y pacífico y así. Por lo demás, era algo letrado y entendido en pleitos. Así es que, cuando había alguna diferencia entre dos vecinos por un mojón, las horas de riego o la pastidumbre de las ‘derrotas’, se decía:

– ¡Habrá que acudir a Mollenta!

Y era Mollenta el que ponía en paz a toda la hoya de Valdeón.

Es el caso que hacía algún tiempo que se había celebrado un juicio en la Real Audiencia de Valladolid entre los pueblos de Valdeón y los de Tierra de la Reina. Las diferencias provenían del derecho que cada uno creía tener sobre los pastos de La Raya o mojonera: que si el puerto de San Glorio; que si el puerto de Pandetrave, y así.

Él, el Pico Llambrión, de 2.617 metros de altura, se tapaba la cara con las dos manos, avergonzado de que se entendieran tan mal dos vecinos. ¿Acaso envidiaba a Torrecerredo porque fuera un poco más alto que él?

Como el pleito que digo lo habían ganado los de Valdeón, se juntaron un día en Posada, un hombre de cada pueblo, y acordaron ir a Valladolid a hacerse con el papel de fallo que les concedía sus derechos. Y acordaron que fuera por la sentencia el CABALLERO DE LA MOLLENTA que tenía tablas. ¿Quién mejor que él, que había ido a la escuela, leía de corrido, y había leído el Quijote.

Así las cosas, el Mollenta ensilló su caballo marrón al que llamaba ¡ARRE! cuando montaba y ¡SOOO! cuando se apeaba.

Pero, temiendo que le sucediera algo malo, dejó dicho a los Valdeones que traería la sentencia en la entresuela de sus botas.

El viaje a Valladolid duró algunos días, porque el MOLLENTA paraba para que pastara algo su caballo; y para dormir él en el pórtico de alguna ermita, junto a la panza de algún palomar redondo o en una chopera misericordiosa. Y unas veces a caballo y otras a pie, llegó a la Audiencia de Valladolid sano y salvo, aunque con más hambre y cansancio que un pordiosero.

El camino de vuelta fue por donde había ido. Pero evitando los pueblos y sin echar una parlada con los pastores que ya pastaban con sus ovejas las rastrojeras. Y atrás iban quedando Rioseco, Villalón de Campos, Mayorga, Sahagún, Villapadierna, Cistierna, Boca de Huérgano y así.

Pero, ¡zas!, al llegar a LOS ESPEJOS, le echaron mano los de allí. Y, al no encontrarle el papel de la Sentencia, lo ahorcaron en el chopo más alto de aquel prado que desde entonces se llamó "PRAO DEL CABALLERO".

Así fue como entregó la cuchara el MOLLENTA, pero no la sentencia que venía en buen escondite.

Enterados los de Valdeón del sucedido, vinieron por el difunto para darle cristiana sepultura y rescatar la Sentencia.. que les daba muchos derechos.

Y encargaron a unos mozos para que, de noche, colgaran la sentencia en todas las puertas de las iglesias de Tierra la Reina. Así les darían en los hocicos, y sin catarlo, como se les enseña a los perros hambrientos un hueso rancio.

Después de este sucedido, los mozos de Valdeón cantaban por las calles y veredas:

«En la suela de las botas
traigo documentación
contra Tierra de la Reina
y favorable a Valdeón.
Si no les gusta la copla
cantada con ton y son,
que se anden con cuidado
no caguen el pantalón».

Calmados los ánimos, en Valdeón se multiplicaron los matrimonios. Y en las bodas y tornabodas se cantaba:
ELLA: «¿Qué tienes, sol mío,
que tan triste estás?
¿Es que alguien te ha dicho
que no te quiero ya?»

EL: «No me han dicho eso,
no me han dicho nada
es porque me marcho
a tierras lejanas».

«Ella, al oír esto,
cayó desmayada,
y al volver en sí
dijo estas palabras:
el amor del hombre
es como una caña
que es larga y estrecha
y dentro no hay nada
El de la mujer,
como la cerveza:
se le quita el corcho
y pierde la fuerza».

¡AQUÍ LO DEJO Y AMÉN!
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