El buscador de libros viejos

Bruno Marcos recuerda la estancia del autor Juan Bonilla en nuestra ciudad y comenta la obra que es un recorrido por décadas de bibliomanía a través de varias librovejerías de España y del mundo

Bruno Marcos
17/10/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Imagen del Rastro de León que aparece en el libro. | JUAN CARLOS CARBAJO
Imagen del Rastro de León que aparece en el libro. | JUAN CARLOS CARBAJO
Hará dos años que estuvo viviendo aquí, casi de manera secreta. Lo supimos porque buscaba libros sin parar, como nosotros. Entre los amigos bibliómanos se corrió la voz de su llegada porque ya había entablado relación telemática con algunos espeleólogos locales de librovejerías y del Rastro.

Ahora saca un libro precisamente sobre la busca, un libro de bibliómanos para bibliómanos: ‘La novela del buscador de libros’. Lo explica el escritor en sus primeras páginas: el bibliómano es un sujeto muy distinto del bibliófilo, el primero no tiene los libros exquisitamente ordenados en una parte vistosa de su casa sino que estos la invaden y cercan al propio bibliómano multiplicándose sin pausa.

Hace su autor, Juan Bonilla, un recorrido por su vida a través de las pesquisas librescas que acaba por ser unas memorias, una autobiografía. Dice que fueron viejos y no nuevos los ejemplares que persiguió porque los que él quería leer no se editaban; y que su biblioteca está hecha de libros pero también de la colección de mañanas y tardes gastadas en buscarlos; y que además es doble: la que contiene los que posee y la formada por los que desea.

Ve su afición como una enfermedad en la que destaca la rareza de coleccionar vanguardias sudamericanas: los nadaístas, el runrunismo, el estridentismo, títulos como ‘Suenan timbres’. La enfermedad le ha llevado a las librerías más pintorescas del mundo: aquel zaquizamí en Costa Rica, que es peluquería y librería y en el que has de cortarte el pelo antes de poder inspeccionar los anaqueles, o aquella en Bogotá que fue burdel al mismo tiempo, o la de aquel que fue el librero de Pinochet y que asegura tener cualquier libro por el que se le pregunta pero en su colección particular, aunque el libro sea inventado.

Está la obra llena de apuntes ingeniosos en los que se da la vuelta a algunos tópicos. Considera, por ejemplo, que el libro de papel, bien mirado, parece la evolución natural del electrónico, la versión mejorada, ya que no se borran las páginas y además la batería no se acaba nunca.

El bibliómano según Bonilla anhela salvar a alguien, ve en las tasaciones de los librovejeros otro canon literario, el precio alto de un libro raro puede obrar el espejismo por el cual un poeta olvidado parece mejor que uno de los grandes, cumpliéndose ese sueño de rescatar a alguien.

Dedica unas cuantas páginas a esa novela deliciosa, la de un literato, que escribiera Cansinos Assens sobre la batahola de perdedores de la vida y de la literatura que fueron llegando a los cafés de Madrid en las primeras décadas del siglo XX. Cuenta como un milagro para esta iglesia de rescatadores el hallazgo, en una librería de viejo del Bronx, de un libro del pobre Alejandro Sawa, mártir predilecto de esta pléyade de fracasados que convirtió su derrota en algo estetizable hasta el punto de inspirar el Max Estrella del esperpento de Valle, ‘Luces de Bohemia’.

Y acaba Bonilla su libro con una triste conclusión: «Me admiran tanto esos rastreadores y buscadores de autores menores, de poetas olvidados que o se consiguen en primera edición o no se consiguen, porque me temo que yo mismo seré en el futuro un autor menor, un poeta olvidado cuyos libros estarán ansiando la mano de nieve que los salve de un montón de libros.»
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