13/05/2021
 Actualizado a 13/05/2021
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No esperaba que llevasen a sus televisivos y caóticos fogones la chanfaina que degustamos en el paraíso redipollejo el día de las machorras, pero sí algo de cuchara o un menú algo más acorde a los manjares con los que solemos quitar el hambre en la montaña. Cecina mal cortada y lanzada sobre unas bandejas de pichiglás fue lo más parecido que me encontré durante la emisión del programa que ‘MasterChef’ filmó este invierno en la estación de esquí San Isidro.

No esperaba que saliesen en pantalla todos los encantos naturales de la zona, pero quizá no hubiese estado de más un vistazo al que quizá sea el único pinar autóctono de esta vieja piel de toro, por poner solo un ejemplo y para evitar que el programa se limitase a un escenario blanco que podría ser San Isidro o cualquier otra estación de esquí.

Nadie ha podido conocer realmente las montañas que mecen la cuna del río Porma a través de un programa de televisión en el que unos llenaron la cartera y otros el buche. Menestra de pimiento de Fresno, huevo poché, caldo de garbanzos Pico Pardal y cecina; salmón con ratatouille y mantequilla negra; caldereta de lechazo de Castilla y León y boniato en texturas; y crumble de avellana con plátano y espuma de chocolate.

¡Olé! Con dos bemoles. Un menú absolutamente alejado del que se cocina en cualquier casa o restaurante de una zona que necesita vida más allá del esquí y de quienes regresamos a nuestras raíces a veranear. Por eso era importante dar a conocer en este programa sus atractivos turísticos y su despensa. Para qué iban a hacer algún guiño a los tradicionales productos de la matanza, a las setas, a las truchas (las del Porma son exquisitas) o a las roscas de sartén. Seguro que a muchos de mis paisanos les ha pasado como a mí y aún siguen haciendo pesquisas a fin de saber qué narices son el ratatouille o el crumble.

Pero el corazón de Tierra de Sabor seguirá latiendo por donde quiera que pasee su logotipo a base de talonario y olvido de todo cuanto no interese a unos gestores que quizá no pisen más las zonas de montaña pero que, si lo hacen, se harán los sorprendidos al ver que habrá más molinos eólicos que vecinos.

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