22/04/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Pesa la tarde cuando se ha sudado la camiseta durante la siesta. No hay cosa entonces como salir a la calle a caminar o sentarse en un banco cómodo –quien guarde el secreto de conocer alguno– y afanarse en mirar a la gente. Comprobarán que ni El Bosco se inspiró en sus más lúbricos sueños para pintar El Jardín de las Delicias, ni Miguel Ángel en sus peores pesadillas para ‘afrescar’ el ábside de la Capilla Sixtina con El Juicio Final. Sencillamente pospusieron el deber inexcusable de ir al Mercadona y tuvieron ojos para sus congéneres.

Anteayer mismo pude yo registrar a un personaje de galería del coleccionista. Fue un pakistaní que ofrecía menú del día para cenar a las seis de la tarde. Era tan pictórica su apariencia que no pude resistirme a que me explicase los detalles de la oferta y de paso maravillarme de cerca con el bigote embetunado de levantador de pesas francés y los pelos que tenía, solo por las sienes (este ni fue ni se le espera en las clínicas capilares de Estambul), orgulloso de esas enredaderas que parecían oleadas de alquitrán.

Del Vaticano no se me ocurriría hacer apología, por mucho pórfido rojo de Egipto que haya allí. Y mira que es bonito y preciado el mineral, un Silestone de hace siglos. A riñón el metro cuadrado; el cúbico ya no hay riñones en todo León. Pero ver esa bañera de una sola pieza del tal pórfido, en la que entraría holgado André el Gigante, echa para atrás. De Roma, el Panteón. Su recuerdo sí que merece mucho más que un imán para el frigo.

Con El Bosco, al que todavía no han dedicado instituto alguno en Armunia, sucede otra cosa. Es furor lo que provocan sus obras. A mí y a muchos. Quien así lo sienta tiene la suerte estos días de poder contemplar una réplica de 6x6 metros de la parte central de ‘El Jardín de las Delicia’s que cuelga en el vestíbulo de la Escuela Oficial de Idiomas de Ponferrada. Ya lo hizo en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de León, y ahora ha peregrinado al Bierzo. Por si acaso le saliesen bojas de esas que ni los Compeed pueden detener, y deje de peregrinar, vayan a verlo. Es lo máximo. La excusa de haberlo disfrutado en El Prado no es válida.

Estoy pensando en hipotecarme para hacerle a su autor, Lolo, el dibujante de esta casa, una oferta por su obra. Tendría él que repartir el montante millonario con los más de sesenta colaboradores que contribuyeron a pintarlo y con los artistas que levantaron los monstruitos de la sección infernal del Jardín que lo acompañan. Si me acepta la oferta, nos ha tocado a todos el gordo de la lotería.
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