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El Bierzo jíbaro

05/05/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Soñé, pero soñé despierto, con un Bierzo jíbaro. Un Bierzo camino de su melancólico vaciamiento de gentes, con el horizonte puesto en esa España que tiene la densidad del sur de Libia. La de las bellas provincias de Soria, Guadalajara o Teruel. Soñé con un Bierzo en el que, pese a tener solo unos seis mil habitantes, mantenía muchas cosas, y a las gentes de cierto poder.

Me explicaré mejor: en ese Bierzo jibarizado estaba Prada, el gran empresario de la hostelería y el mundo alimentario, del que por cierto fui remotísimo cliente de su zapatería en los primeros años 70, en unos días lluviosos y cacabelenses. Prada, en el sueño, era el gran pastor de ese Bierzo tan querido, esté lleno, vacío o desconcertado. Pero aparte del ilustre empresario raigal, había otras gentes en ese Bierzo depurado hasta la provocación. Por ejemplo, estaban todos los políticos, tantos en el sueño para tan pocos habitantes. Estaban todos los alcaldes, concejales, delegados, asesores y también los cargos administrativos de confianza destinados en entidades intermunicipales, sin olvidar a la Guardia Civil y a la Policía Nacional. Eso no variaba.

También habitaban el Bierzo jibarizado de seis mil habitantes y densidad mauritana algunas personas resistentes y aficionadas a la cultura, personas laicas y religiosas habituales en las polémicas sobre la identidad de los bercianos, sobre su porcentaje de galleguidad, sobre su vínculo con el espacio lleunés, o sobre su habitual desconfianza hacia León capital. Esa mirada que ya se modula en Astorga, calificada por los pocos bercianos resistentes del sueño como urbe mantecadera, robándole su prestigio no solo romano sino también eclesiástico.

Ese Bierzo jíbaro me gustaba, qué curioso. Parecía un escenario del teatro del absurdo. Y es muy posible que el reciente premio Príncipe de Asturias, el gran Peter Brook, anduviera al fondo del escenario, emboscado en los montes Aquilianos, dirigiendo aquella función colosal. La de un Bierzo sin gentes pero con su colectivo de políticos intacto. Y luego, a lo lejos, el silencio hermoso de las aldeas vacías, y el de las villas convertidas, por su población, en aldeas, y Ponferrada con apenas tres mil almas en ardiente nostalgia y en sonreír al mundo, que eso siempre es importante. Vengan las cosas como vengan. Todo eso me vino a la mente, no lo traje yo, alguien lo tuvo que poner ahí. Yo creo que fue una broma de don Antonio Pereira, que se fue hace diez años, y que nunca se irá.
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