El barro que sedujó a Gaudí

La alfarería es un oficio que ha ido siempre ligado al pueblo de Jiménez de Jamuz, cuna de esta artesanía y ‘blanco’ de la cámara de Fernando Rubio en 1973

Fulgencio Fernández
15/08/2022
 Actualizado a 15/08/2022
Una mujer de Jiménez de Jamuz muestra a la cámara dos de las piezas de alfarería que ha creado. | FERNANDO RUBIO
Una mujer de Jiménez de Jamuz muestra a la cámara dos de las piezas de alfarería que ha creado. | FERNANDO RUBIO
Se celebra este fin de semana en La Bañeza la Feria Internacional de Alfarería, en la que uno de los nombres más repetidos es Jiménez de Jamuz pues cuando se habla de este oficio el pueblo leonés es un referente ineludible. Ése es uno de los logros mayores, fruto de su historia, que algo se convierta en el ‘apellido’ de una tierra: En El Val las mantas y el textil; en Castrillo el cocido; en el Valle Gordo las madreñas... en Jiménez de Jamuz la alfarería. Habría muchos ejemplos más pero pocos identificarían más al pueblo y el oficio.

Viene de lejos este «matrimonio», con sus vicisitudes, pero no vivía malos tiempos en los 70 (1973) cuando la cámara de Fernando Rubio se fijó en este oficio y las gentes que lo desarrollaban. Además de recordar nuestro fotógrafo el «polvo enamorado» del gran Quevedo rescata de sus recuerdos una canción sudamericana que elogia como pocas el oficio del barro, es de los argentinos llamados Los Chalchaleros y el título parece elegido para la ocasión: Vasija de barro, que así comienza: «Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados, / en el vientre oscuro y fresco / de una vasija de barro», y después de este deseo para viajar al más allá realiza en otra estrofa una preciosa descripción del viejo oficio: «Arcilla cocida y dura, / alma de verdes collados, / barro y sangre de mil hombres, / sol de mis antepasados» y con una estrofa final que también nos remite al histórico preso de San Marcos: «De ti nací y a ti vuelvo, / arcilla, vaso de barro. / Con mi muerte vuelvo a ti, / a tu polvo enamorado».

Un elogio merecido llegado desde tierras lejanas; desde más cerca, desde el propio pueblo, uno de sus hijos más estudiosos de su historia —José Cabañas— rescató en un artículo la vinculación de la alfarería de Jiménez con el gran Gaudí, ni más ni menos. «. En aquel momento Gaudí casi había finalizado el Palau Güell, lo que le permitió trasladarse a Astorga y dirigir directamente el inicio de las obras (tan solo en sus realizaciones leonesas, además de en Cataluña, trabajó personalmente). Este desplazamiento en ferrocarril, y otros antes y mientras se construía (Gaudí visitó las obras en otras varias ocasiones entre 1890 y 1893), resultaron importantes porque hicieron posible que el genio conociera la arquitectura local y aplicara algunos de sus aspectos al nuevo palacio episcopal». Más adelante explica Cabañas que «sería en aquellos viajes a la capital maragata cuando Gaudí quedara deslumbrado por la alfarería jiminiega, hasta el punto de incluir el barro vidriado alternando con la piedra granítica del Bierzo en los arcos de algunas de las estancias del palacio, rematando graciosa e innovadoramente sus finos ribetes con las piezas cuidadosamente elaboradas por los artífices del pueblo de Jiménez con la rojiza arcilla extraída de sus barreros, de modo que cabe afirmar que la mansión es por dentro absolutamente jiminiega: en las nervaturas de las bóvedas, en los arcos de las ventanas y de las puertas, y en cada uno de sus ladrillos (que son únicos, y hay miles) de roja arcilla de Jiménez de Jamuz vidriada y decorada con el baño y los trazos típicos de las realizaciones de sus alfareros».

Dice Cabañas que esta circunstancia favoreció y mucho la economía de aquellos artesanos, alguno de los cuales era de su propia familia: «Bastantes debieron de ser los artífices que participaron del encargo —Cándido Pastor Fernández, mi bisabuelo paterno, habría sido el principal y quien más ladrillos al parecer suministró— y diversas las familias alfareras que elaboraron aquellas piezas de variadas formas, vidriadas y con los tradicionales dibujos a la cal las más, y otras a lo basto, sin vidriar, en los moldes de madera recubiertos con latón bronceado (catorce al menos, diseñados por Gaudí para la hechura de aquellos adornos) que aún quedan, con remanentes de aquella producción, en los desvanes de algunas casas de antiguos artesanos, y depositados varios en el Alfar-Museo del lugar en el que todavía, en el año 2002 y con ocasión del centenario del arquitecto, han sido las hormas de nuevo utilizadas como entonces: introduciendo la arcilla en ellas y después del vaciado y el secado pintando los segmentos con cal y con dibujos característicos (el ramo, la mano, el peine, el gallo, la mariposa, la hoja, etc.) antes del vidriado, menesteres ambos realizados como algunos otros en exclusividad por las mujeres, el del pintado con la preceptiva pluma del ala derecha de una gallina. Finalmente se cocían en los hornos mozárabes de tiro superior en los que como combustible se arrojaban las urces y las jaras del monte bajo de diversos lugares de la comarca de Valdejamuz como Torneros o Tabuyo».

No es mala carta de presentación para la alfarería jiminiega haber seducido a un arquitecto de la talla de Antonio Gaudí y, aún más, hacer que «luzca en la elegante mansión episcopal que realizó en Astorga».


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