El Barrio Húmedo y otras cosas de León

César Pastor Díez
24/08/2021
 Actualizado a 24/08/2021
Hasta ahora solo he descrito la ciudad de León con la exigua imagen que me proporcionaban las vivencias y los recuerdos de mis andanzas infantiles por esa ciudad de mis amores. Era una ciudad pequeña aunque ya poseía sus grandezas, como el convento de San Marcos, la hermosa Catedral de Regla, la basílica de San Isidoro, la Casa de Botines, el palacio de los Guzmanes, además de otros edificios y barrios de notable historia. Por cierto en la época de mi niñez todavía no había brotado lo que ha dado en llamarse Barrio Húmedo de León que, al parecer, fue así bautizado, no con agua sino con vino, hacia la década de los años cincuenta del siglo pasado. Y yo, pobre de mí, en mis cortas entendederas me preguntaba a qué se debía el acuoso nombre. Creí que el apelativo respondía, tal vez, al mal funcionamiento de las canaleras o de las alcantarillas. Hasta que descubrí que la humedad se refería a la profusión de tabernas, bares, cafeterías y otros locales de copeo y tapeo existentes en aquella zona de la ciudad. En definitiva que la humedad iba por dentro al deglutir morapio, vermut, cerveza y otros derivados de la vid, que bebidos con moderación producen optimismo, alegría, buen humor y estimulan la fraternidad y la charla amena y amistosa, todo lo cual me parece fantástico. Y hasta pienso que con menos años en mi talego me desplazaría a León para besar el suelo de mi tierra y aunque soy un abstemio empedernido que no distinguiría un vino de alcurnia de un vino peleón, daría unas vacaciones a mi abstemia para gustar de paso todos esos caldos vínicos que se expenden en el simpático Barrio Húmedo leonés, sobre todo los que ostentan la etiqueta con denominación de origen. Allí muchas personas, aunque no conozcan la Biblia, bendicen al patriarca Noé, que fue el primero en beber jugo de uva fermentado y cogió una borrachera de padre y muy señor mío. Todo ello sin olvidar que la provincia de León posee el privilegio de ser casi el único terreno apto para la producción de lúpulo, ese ingrediente que aporta a la cerveza el saborcillo amargo que conocen bien los bebedores de caña de barril. Y también en el Barrio Húmedo los paladares selectos y expertos en el tema podrán saborear el coñac (llamado brandy por ahí afuera), vodka, ron, absenta, whisky, tequila y todo lo que quieran. Podría decirse que el alcohol etílico (éteres etílicos) ha sido, indirectamente, uno de los motores que han impulsado el progreso humano a través de la historia.

Pero no solo de morapio y licor vive el hombre (¡y la mujer!), pues la ciudad de León es muchísimo más que su encomiable Barrio Húmedo. Por ejemplo el Parque de Quevedo, aledaño al río Bernesga junto al puente de San Marcos y que en mis colaboraciones en La Nueva Crónica todavía no lo había mencionado. ¡Qué parque, señoras y señores! Un parque que me incita a fabular y donde sueño que voy acompañado de una mujer hermosa y cogidos de la mano paseamos lentamente bajo la rica variedad de árboles de copas multicolores, desde el altivo roble hasta el modesto sauce llorón, desde el verde al morado, pasando por toda la gama de los violetas y los lilas y percibiendo siempre el aroma de las flores que jalonan los caminos hasta la enervante fragancia de las mimosas en flor.

Tras un delicioso paseo por los románticos senderos del parque, mi ficticia acompañante y yo nos sentamos en un banco de madera, protegido del sol por una corpulenta acacia roja. Desde allí podemos contemplar las pérgolas, los artísticos surtidores de agua, el solemne caminar del pavo real que habita libremente en el parque y el continuo chapotear de los patos en el estanque, mientras escuchamos los canoros trinos de los pajarillos que retozan en las ramas de los árboles.

Tras unos momentos de reposo mi invisible pareja y yo damos un nuevo paseo por las veredas del parque hasta saciarnos de aquella belleza y de aquella paz. A nuestros pies el río Bernesga, que baja cargado a causa de las recientes lluvias en su recorrido por tierras altas, nos trae también un mensaje vital, pues ya se sabe que el agua es vida y sin agua solo hay muerte, y esa es la razón por la cual todos los pueblos y aldeas fueron edificados allí donde había un manantial o una fuente de agua potable. Si hoy día se está dando el proceso contrario, es decir, la despoblación, no es por la falta de agua sino por la falta de alicientes, sobre todo para los jóvenes, en un medio rural que ya no les brinda oportunidades de progreso.

Y puesto que toda mi vida se encuentra ya en el pasado, sin apenas futuro, decido narrar a mi acompañante los amores de Reinaldo y Armida, que conservo en un viejo tapiz flamenco que anda enrollado por mi desván. Mi compañera me pide algunos detalles de esos amores y yo le digo que lea el poema ‘La Jerusalén libertada’, de Torcuato Tasso, que es una obra perenne de la literatura universal.
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