El Aula Paleobotánica de Fabero cumple un año y 1.300 visitas

Este proyecto permite conocer los tesoros fósiles que la explotación minera dejó al descubierto en los terrenos de la Gran Corta

Ical
24/05/2020
 Actualizado a 24/05/2020
Imágenes de los fósiles que ha localizado el aula. | ICAL
Imágenes de los fósiles que ha localizado el aula. | ICAL
Durante décadas, la Gran Corta, situada en terrenos de las localidades bercianas de Lillo y Otero, fue la principal explotación minera de la cuenca de Fabero y la mayor mina de carbón a cielo abierto de toda España, con una extensión de más de 500 hectáreas de donde se arrancaron miles de toneladas del negro mineral. Tras el punto final de la actividad extractiva, los taludes de esta “enorme cicatriz” exhiben los antiguos tesoros fósiles de plantas que habitaron la zona en el período en que el carbón empezó a formarse, hace 300 millones de años. Algunas de estas “huellas de la vida” se exhiben en el Aula Paleobotánica del municipio, un espacio alojado en las antiguas escuelas por el que han pasado en su primer año más de 1.300 personas, según explica el presidente de la asociación que en el futuro gestionará este equipamiento, Joaquín Ramos.

El parón burocrático ocasionado por la crisis sanitaria del COVID-19 provoca que la asociación aún esté pendiente de aprobar sus estatutos, lo que facilitará la relación con las administraciones y les permitirá optar a subvenciones. Además, la pandemia también dio al traste con los actos de aniversario del aula, que tuvo que suspender las charlas con expertos geólogos y las visitas guiadas a la Corta que tenían previstas. “Se fue todo a hacer puñetas”, lamenta Ramos. Asimismo, el periodo de confinamiento ha supuesto un freno a las actividades de campo en busca de nuevos fósiles, un impedimento que ha servido de acicate para “investigar un poco más”.

“Simples aficionados”


El germen de este proyecto surge del interés de alguno de los integrantes de un grupo de senderismo local por el área en la que se llevó a cabo la extracción de carbón. “Nos gusta recorrer la zona en la que vivimos”, reconoce Joaquín, que atribuye la idea original de la “recogida sistemática y metódica” de fósiles a José Anglés. Ellos dos, junto a Carmen González, Ernesto López y Chencho Martínez, son los principales impulsores de esta iniciativa, en la que se sumergieron como “simples aficionados”. “Cuando empezamos sabíamos lo que sabíamos, ahora sabemos un poco más”, asegura, con una sonrisa de satisfacción.

En ese proceso, fue capital la ayuda de Juan Rincón, de la asociación mineralógica Aragonito Azul. “Nos ayudó a ponerle nombre y apellidos a los fósiles que estábamos recolectando y nos puso en el camino”, cuenta Joaquín. En sus inicios, el grupo de entusiastas también contó con la ayuda de la asociación GeoBierzo, que se sumó a las tareas de identificación de los fósiles, así como de los expertos John Knight y Carmen Álvarez, del Instituto Paleobotánico de Córdoba, una de las instituciones punteras a nivel internacional en este campo, creada por iniciativa del principal estudioso del carbonífero, el holandés Roberto Wagner.

Una vez recopilados los primeros ejemplares, los integrantes del grupo que dio forma al proyecto se dieron cuenta de que necesitaban un espacio para almacenar y clasificar los fósiles. Al mismo tiempo, los más llamativos podían servir como atractivo turístico si se exponían al público, una idea que recogieron la concejala de Cultura, Susana Folla, y la alcaldesa, Mari Paz Martínez. Con la ayuda del Ayuntamiento, el aula paleobotánica empezó a tomar forma en el edificio que albergó el antiguo colegio Antonio Machado. “En la planta baja está montada la exposición y en la alta se realiza la selección y la preparación”, explica Joaquín.

Ligada a la oferta turística del municipio, que encabeza el pozo Julia, el aula ofrece al visitante la posibilidad de contemplar los restos fosilizados de antiguos helechos, semillas, hojas y troncos, acompañados de otras curiosidades como los guilielmites, fósiles orgánicos consistente en una especie de habitáculo creado por un ser vivo o los restos de unos pequeños bivalvos que demuestran que la zona estuvo atravesada por caudalosos ríos, con grandes avenidas que producían sedimentaciones muy extensas.

Potencial didáctico


Pecopteris, cyclopteris, anularias o calamites son algunos de los curiosos nombres que reciben los restos en piedra de estas arcaicas especies de plantas y árboles del periodo carbonífero superior. Ellos cuentan la historia de un tiempo en el que los terrenos de lo que hoy es el municipio formaban parte de un bosque en el que abundaban los helechos arborescentes y los grandes troncos conocidos como sigilarias, con alturas de hasta 40 metros y diámetros de hasta dos metros, así como las raíces que sujetaban a estos gigantes, que llevan el nombre de stigmarias. Además de las que se han podido trasladar al aula, en los terrenos de la Corta pueden observarse algunos ejemplos espectaculares de estos restos, que en muchos casos se tiene que dejar donde están ya que son muy pesados y están “muy tocados” por la acción del agua y el viento, lo que provocaría que se deshicieran en caso de querer rescatarlos. “Es raro encontrar un ejemplar completo, normalmente se encuentran sus partes desperdigadas”, explica Joaquín.

En ese sentido, uno de los objetivos de los impulsores del aula es promover que este enclave se explote a nivel geológico y que se saque provecho “didáctico” de las “zonas donde esos restos se pueden ver perfectamente”. Al respecto, Joaquín subraya que hasta que el terreno, que aún es propiedad de la empresa que disfrutó del último permiso de extracción, no pase a manos de la administración no será posible organizar visitas guiadas ni ningún otro tipo de actividad.

Más allá de su “riqueza geológica increíble”, los miembros del colectivo también consideran que los terrenos de la Gran Corta podrían acoger un parque temático con tirolinas y otras atracciones, así como un circuito de descensos que aproveche los distintos taludes y desniveles. Igualmente, los impulsores del aula destacan que alguno de las nueve balsas resultantes de la explotación minera también podrían acoger actividades acuáticas, como paseos en canoas, ya que su composición no es tóxica. Estos lagos artificiales también son los protagonistas de otro de los proyectos con los que se pretende poner en valor la zona, gracias a un recorrido senderista de unos 13 kilómetros bautizado como la ruta de los nueve lagos, que transcurre por terrenos de la antigua explotación en busca de estas masas de agua que adquieren los llamativos colores de los minerales que se encuentran en la zona, como hierro, aluminio o arsénico, debido a la descomposición de las rocas por efecto del agua.

Zona de interés geológico


En ese sentido, Joaquín hace un llamamiento para que la restauración prevista en este espacio no se limite al paisaje y el “importante patrimonio geológico” que esconden los taludes. “Si se tapa, se va a perder una riqueza enorme a nivel científico, sería un error, como quemar una biblioteca. Esta zona es un libro abierto de geología, donde cada talud tiene algo que contar”, explica entusiasmado. “No estamos en contra de la restauración, pero no debe ser un simple maquillaje”, resume.

Por su parte, la regidora del municipio agradeció el “”enorme esfuerzo, interés y trabajo” demostrado por los impulsores de este proyecto y confirmó que el Consistorio ya ha transmitido a la empresa pública Tragsa, encargada de la restauración que se tiene que llevar a cabo en la zona, predisposición a explorar las posibilidades de la Gran Corta como “zona de interés geológico”.

Al respecto, Joaquín apunta que otras zonas del municipio también son terreno fértil para el hallazgo de este tipo de restos. “Fabero está lleno de fósiles del carbonífero, cada pueblo del municipio tiene una o varias explotaciones de carbón y en las escombreras es donde se encuentran los fósiles”, explica. En ese sentido, las minas más antiguas, donde la explotación era manual o más rudimentaria, disponen de fósiles mejor conservados, mientras que en las más modernas y mecanizadas, los cepillos y rozadoras dejaban la piedra machacada y destruían los fósiles.
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