05/08/2021
 Actualizado a 05/08/2021
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El ansia por llegar al paraíso redipollejo para recitar la oda a los farolones y sentarme ante un tapete en una buena partida de mus se saldó con escasas victorias y clamorosas derrotas, además del consiguiente perjuicio para mi cartera y la de mi compinche en estas lides. No hay suerte para la gente honrada, qué le vamos a hacer. Jugamos como nunca y perdimos como casi siempre.

No es bueno dejarse vencer por el ansia ni en las cartas ni en cualquier otro aspecto de nuestra existencia. Le ha pasado recientemente al rebaño de leoneses que se agolparon en la gran repesca de la vacunación y se indignaron porque siete horas antes de que comenzase no había nadie que les enseñase a formar dos colas. Muchos de ellos habían ignorado el llamamiento masivo para sus años de nacimiento y también las sucesivas repescas que se llevaban a cabo junto con los siguientes grupos de edad, pero el ansia les apretó al enterarse de que solo se iban a poner 500 primeras dosis cada día para dar prioridad a las segundas y de que la mayoría de los ingresos y muertes de esta quinta ola corresponden a personas no inmunizadas.

Lo cierto es que las imágenes de esos leoneses sublevados por el ansia me recordaron en cierto modo a quienes se peleaban por el papel del váter al inicio del confinamiento social del pasado año o a la abuela de ‘Cuéntame’, Herminia, que se apresuraba a llenar la despensa de latas de conserva cada vez que el parte en blanco y negro decía que el dictador había cogido un simple catarro.

Son solo tres ejemplos de que el ansia nos puede, pero hay más. Cuentan con sorna quienes peinan más canas que un servidor en este cada vez menos noble oficio de juntar letras que un hombre llegó a meter la mano en una cazuela con agua hirviendo para no quedarse sin un trozo de pulpo cuando las grandes obras que se hacían en este nuestro terruño se inauguraban con algo parecido a una verbena. Y fueron varios los que acabaron cubiertos de patatas tras haberse saltado la cola en un reparto gratuito que hacían los agricultores. Y también nos pegamos hace años por un trozo de la empanada más grande del mundo, que es sin duda la de los leoneses.
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