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El andar de la madre

14/08/2021
 Actualizado a 14/08/2021
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El andar de la madre lleva la hija, siempre salen los cascos a la botija». Dice mi madre que el Señor Gabriel, el del molino, se lo decía cada vez que la veía transitar por las calles del pueblo. He indagado sobre el dicho sin hallar conclusión certera, paremiólogos habrá que descifrarán el enigma. Pero la investigación ha servido para bucear en el ancho mar de los dichos y sentencias que tanto abundan en nuestro acervo popular. La literatura está impregnada de ellos como ya sentenciara el mismo Sancho Panza en uno de sus muchos agudos parlamentos con D Quijote: «Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la misma experiencia, madre de las ciencias todas».

Y es que la experiencia, madre de la sabiduría es.

Estos días de verano, de tertulias a la puerta de casa, mientras nos dejamos rociar por la luz de la luna de agosto y andamos acompañados por lluvias de estrellas. Son tiempos propicios para la confidencia cálida de la tarde o el cómplice cónclave estival del anochecer. Es cuando la memoria de los más mayores saca a pasear las historias familiares que vertebran nuestro presente. El encuentro con las raíces.

Regresan las historias que, como cuentas de rosarios se desgranan cada año, acariciadas por los labios de los mayores, que reviven su infancia, retornan a la niñez al calor de la cocina de carbón que caldeaba la estancia. Los fogones de los recuerdos comienzan a echar humo, se agolpan las historias, se superponen las imágenes de los paseos en bicicleta, los baños en el río, los surtidores cantarines de las fuentes que llenaban las garrafas y los botijos, los bailes de la fiesta al atardecer, las chicas cogidas del brazo ocupando los caminos mientras entonan la última melodía que es sintonía de moda en la emisora de radio. El olor a leche recién ordeñada.

Vuelven los tiempos de tertulia. Retornan los fantasmas de las historias de antaño. Las brasas del tiempo reavivan remembranzas. El encuentro familiar pausado es psicofonía del tiempo. Esos ecos de nostalgia que permanecen latentes en nosotros y que no son sino los vestigios de la memoria. Que definen lo que somos y le dan sentido a lo que sentimos.

Tiempos para entregarle el poder a la palabra, permitirla que se enseñoree de nuestros días de estío.

El verbo, pugnando por abrirse paso entre la modorra pantallizante de la tiranía digital.

Mientras, la madre, con la vista perdida, en el escaño de la cocina, tal vez no encuentre con quien compartir el último refrán que se enredó en su memoria.
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