03/05/2022
 Actualizado a 03/05/2022
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En un lugar de la provincia de León, de cuyo nombre sí puedo acordarme, está viviendo una familia numerosa procedente de Ucrania. Las gentes del pueblo los han recibido con una calorosa acogida y siguen colaborando solidariamente. Aun hablando idiomas diferentes, se entienden muy bien.

Hace unos días unos vecinos les acompañaron para hacer la compra en un supermercado de la capital maragata. Una señora que por allí andaba se acercó a ellos y les preguntó a ver si eran ucranianos, y de una forma muy discreta les entregó cincuenta euros y se fue. Una vez dentro del supermercado, cuando se acercaron para pagar, con tres carros de comida, pues son casi veinte personas, la cajera dijo que eran doscientos setenta euros. Inmediatamente una señora que estaba a la cola se adelantó y lo pagó todo, desapareciendo de nuevo. Al parecer era la misma señora de antes. Tan solo hizo un breve comentario: «Nosotros no estamos libres de que nos pueda pasar lo mismo».

Habida cuenta de que es más importante enseñar a pescar que regalar un pez, dos empresarios de la construcción de esta zona les han ofrecido trabajo a dos de los hombres que están en edad de trabajar. Se da la circunstancia de que precisamente han trabajado en este sector y tienen experiencia. Sin embargo, parece ser que la burocracia no lo permite. Han llamado a un organismo de la administración, de cuyo nombre también podemos acordarnos, que no ha hecho más que poner trabas y dificultades, de tal manera que de momento no es fácil que puedan trabajar. No es la primera vez que las leyes, o el legalismo, van en contra del sentido común. Ello nos trae a la memoria la parábola bíblica del Buen Samaritano. Pasaron delante de un hombre malherido un levita y un sacerdote, pero, en nombre de la ley, lo dejaron sufriendo, para que no los contaminara. Allá un samaritano con sentido común y buen corazón se compadeció de aquel hombre, le curó las heridas y lo llevó a un lugar donde pudieran atenderle.

La parábola tiene, pues, plena actualidad. Tan solo es preciso cambiarle el nombre y donde pone ‘samaritano’ cambiarlo por ‘cepedanos’. No sabemos a dónde podrán llegar estas líneas, pero, por favor, si hay alguien que pueda hacer algo para poner remedio a este problema, que haga lo posible para que en esta situación tan excepcional prevalezca el amor al prójimo sobre la fría burocracia. Y con esto no tratamos de ir contra nadie, sino tan solo advertir de que no es lo mismo legalidad que legalismo.
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