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El amor en los tiempos del Tinder

08/07/2016
 Actualizado a 11/09/2019
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Marta se ha divorciado este año. Concluido el periodo de ‘luto’, por fin vuelve a tener ganas de salir. Hace unos días me llamó para quedar: «Tenemos que vernos, es urgente». Ya no tenía ojeras, ni la cara triste, ni se había hecho otro desastroso corte de pelo rompedor. La cosa va bien, pensé yo, crisis superada. Pero no crean... En estas, me suelta la bomba: que ya ha llorado bastante, que ya pasó, que quiere conocer gente y que la solución es hacerse un ‘Tinder’.

La elementa quería quedar para que la ayudara a perpetrar el crimen: crearse una cuenta en una aplicación que tiene 50 millones de usuarios en el mundo. Y a ello nos pusimos. No sé ella, pero yo hacía siglos que no lloraba de la risa. Vaya numerito, qué dos.

Alguien le había hablado de lo buenísimo que iba a ser para ella estar en Tinder, que no era como ‘Badoo’ («sexo y ya») porque éste es un programilla que te ayuda a conectar con gente según tus preferencias. Yo ejecutaba en el móvil, pero era ella quien me dictaba, ¡y cómo mentía la tía!Tras dos intentos, muchas trolas y media hora para elegir una foto chula y una frase que resumiera qué busca Marta –puso «ya te contaré...»–, lo logramos: ya ‘teníamos’ Tinder.

Buscaba chicos de 35 a 50 años en un radio de 100 kilómetros. Y... ¡voilá! En la pantalla empezaron a aparecer fotos (algunos, muy conocidos). La cosa va de decir ‘sí’ a los que sí le iban y ‘no’ a los que ni de coña. Cuando dos usuarios ‘se gustan’, la app les permite ponerse en contacto... Y entonces empezaron a llegarle mensajes. Mejor no les cuento nuestros crueles comentarios.
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