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El alma empapelada

02/11/2017
 Actualizado a 13/09/2019
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El alma del periodismo pesa lo que el gramaje del periódico en papel más la tinta. Unos 45 gramos, tan solo poco más del doble de los 21 gramos que aseguró Duncan MacDougall que pesaba el alma humana. Sin embargo, y a pesar de las revoluciones tecnológicas, sigue sosteniendo esta profesión. El periódico en papel es un héroe desahuciado, el enfermo terminal con salud de hierro del que se escribieron todos los obituarios. Siempre moribundo, pero que continúa cayendo a plomo con la gravedad de las palabras en el primer café de la mañana. Hace dulce o amargo el cruasán y marca la agenda informativa. Un anciano sabio y venerado al que todos quieren enterrar aunque estuvieran desorientados sin su consejo.  

Los periódicos de papel, que ya no envuelven como antes los bocatas y el pescado, siguen recogiendo las grandes incertidumbres de la sociedad que cuentan porque «un buen periódico es una nación hablándose a sí misma», como decía Arthur Miller. Un espejo de ilusiones, denuncia, progreso, frustraciones y cultura convertidos según Borges en un «museo de minucias efímeras». Aunque para un periodista escribir en papel sea lo más cercano a la trascendencia, a vencer la fugacidad del periodismo soñando con comenzar a soplar el polvo de un pequeño nicho de hemeroteca.

El periódico que huele y se manosea, que se amontona y se recicla. Que se compra. Quizá una soga anudada a la nostalgia para encontrar la voz pausada en la jauría mediática y el griterío desinformado de las redes sociales. Periódicos para leernos en los reflejos.

Que sufren la despoblación de kioskos, que poco a poco desaparecen de las calles y las plazas o quedan tan abandonados como los pequeños pueblos de nuestra tierra. Kioskos como monumentos a la memoria, licencia para los recuerdos. Papel sediento ante la sequía de lectores y tinta que se agrieta como nuestros campos mientras la lluvia de palabras es ahora digital y tiene un máximo de 140 caracteres (aunque puede que en breve ganemos otros 140). Desgastado además por la crisis identitaria, por el agotamiento de un modelo que busca recambio...papel espejo que para Maruja Torres «cuenta lo que pasa, la pregunta es para qué sirve lo que pasa».

Me presento en un periódico de papel en el Día de Difuntos como una suerte de reencarnación de todos los periodistas que un día querría ser. «Es infinitamente más difícil describir que opinar. En la vista de lo cual todo el mundo opina» sentenciaba Josep Pla. Hoy ya puedo mancharme con mis palabras.
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