06/07/2015
 Actualizado a 16/09/2019
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El presidente de la Diputación,padrino de los 1234 pueblos que conforman la provincia leonesa, se declara decidido a «evitar que los pequeños municipios caigan en el olvido» y se atiene a tres propósitos para conseguirlo: turismo, sector agroalimentario,y fijación de la población. ¿Lo del carbón debemos dejarlo definitivamente en el camino?

Pues «en viniendo a lo primero» como decía el Catecismo del P. Astete, es decir, al turismo, me permito insistir una vez más en el agua de nuestros ríos como fuente de riqueza inexplotada y perdida. Agua que movió molinos y generadores eléctricos, que alimentó fraguas, fábricas y piscifactorías, que atrajo a los pescadores y que fecundó las arcas y paneras de los campesinos y que hoy discurren, entre toda clase de ramajes y detritus, sin que nadie ose limpiar siquiera los caminos.

Aguas que no se van a la mar sino al soberbioDuero, el río que los portugueses aman y miman y que no se sabe muy bien por dónde discurren. No se aprovechan. No se valoran. No se cuidan. Intocables, inaccesibles, ajenas, expropiadas a los vecinos por parte de las grandes compañías hidroeléctricas, apenas el viajero, turista, sabe de su existencia, cuando son el bien mayor que poseemos y uno de los más atractivos (junto con la nieve y la playa) para un amplio sector de jóvenes y no tan jóvenes que son quienes se lanzan a la aventura del turismo.

Montañas maravillosas las tienen muchas otras gentes, monumentos también, y gastronomía todos; pero ríos… En León, en cambio, todo es agua. Pero, como escribiera el poeta beat y budista, Philip Whalem (1923-2002) en el poema Tassajara: ‘El agua sufre’, sufre porque discurre por nuestra tierra y sale de ella sin haber dejado apenas nada: ni aprovechamiento industrial, eléctrico o piscícola, ni grande fertilidad, ni turismo de aventura.

Nuestros pueblos viven al margen de sus ríos. El agua discurre entre selváticos valsaresescondida y oculta por alamedas inaccesibles por intransitables caminos, visible apenas desde la espadaña de la torre, y perceptible apenas a mitad del sueño cuando murmura el silencio. En pueblos en los que existían presas por las que, saltarina, el agua, se paseaba por delante de las puertas, munícipes sin cerebro la han enjaulado y escondido. Vamos a ver si al nuevo patrón de los 1.234 pueblos leoneses, la mitad de ellos situados en las riberas de los ríos, se le ocurre demandar ideas para que estos se conviertan en uno de los motores del turismo. En León, el agua sufre, como en el poema budista.
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