08/07/2020
 Actualizado a 08/07/2020
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Se afilan cuchillos, navajas, tijeras, hachas, machetes. Todo tipo de utensilios de cocina. Ya está aquí el afilador». Y el sonido del chiflo lo puede poner usted porque seguro que al leer estas primeras palabras vendrá a su mente la viveza de esa flauta de pan que con mucho garbo tocaba el afilador cuando llegaba al pueblo. Ese soniquete puede que regrese de su memoria acompañado de la imagen de un hombre que sostiene con una mano el manillar de una bici mientras con la otra mueve con gracia entre sus labios el característico chiflo del que salía una escalera de notas que iban de las más graves a las más agudas con un final sostenido. Si le pone empeño a los recuerdos puede que hasta lo vea poniendo el reposapiés a la rueda trasera para que empezase a dar vueltas aquella piedra de afilar . Quizá incluso pueda llegar a sentir el calor de las chispas que salían al acercar a ella el filo de un cuchillo que volvería a pegar buenos tajos gracias a la pericia de un oficio que a aquel buen hombre le llevaba a desgañitarse por cualquier rincón bajo una gorra que en invierno le cobijaba del frío y en verano le resguardaba del calor... Puede deleitarse con la nostalgia del chiflo del afilador un buen rato, evocar su infancia e incluso a aquel hombre que toda la vida conoció afilando los cuchillos de la matanza y las viejas tijeras del costurero… ¡Con qué cariño se recuerda su llegada al pueblo! Ahora viene pero lo hace en furgoneta y con un sistema de sonido que simula al del melonero, otro oficio de venta ambulante que si no viniese no echaríamos demasiado en falta por su pericia para llegar en estos meses de solana a la mejor hora para dormir la siesta. Lo hace alardeando de haber cargado los melones en el mismísimo Villaconejos y ensalza con parsimonia la piel de sapo de su mercancía, así como se acuerda de Juana, de María, de Manuela y de otras tantas mujeres que inevitablemente lleva al que despierta a preguntarse cómo se llamaría la santa madre del melonero. Ojo con el colchonero, otro maestro del volúmen a la hora de la siesta. «Flex, Pikolín, Pullman... Cambiamos su viejo colchón de lana...». Le sigue de cerca el de los canalones, cuidado con el tapicero y no se despiste con el patatero. Meses convulsos para lograr una siesta sin interrupciones, tiempos inciertos para el futuro de oficios que amenazan con convertir sus sonidos en recuerdos.
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