El adversario de Juan Martínez Majo

Jorge Mateos Álvarez
15/07/2018
 Actualizado a 18/09/2019
La historia de Jean-Claude Romand impresiona. Impacta cómo la cuenta, a sangre fría, Emmanuel Carrère en su celebrada novela de no ficción El adversario. Es una historia truculenta y horripilante. El fuego que abrasaba al protagonista, que fingía llevar una vida normal y modélica bajo una agradable máscara social pero que ocultaba la otra, la verdadera, la que le llevó hasta el infierno y vivió en él sin posibilidad ya de conocer otra vida.

Martínez Majo accedió a la presidencia de Diputación prometiendo a sus vecinos de Valencia de Don Juan, por aquel entonces electores, que primero, y por encima de la institución provincial, antepondría su dedicación a Valencia de Don Juan por encima de cualquier otra derivada de sus múltiples cargos. Él era consciente de que no decía la verdad. Que era una treta, un embuste para retener al votante dudoso, aquel que ya quería cambiar a quien lleva desde 1995 acomodado en la alcaldía, y al que le tocó la fibra sensible con la siguiente afirmación populista que recogía así la prensa provincial: Por último Juan Martínez Majo ha insistido en que no se irá «de Valencia de Don Juan. Que no, que no, que no me voy. Por mucho que algunos quieran que me vaya, no me marcho. Ayer he comprado un piso en Valencia de Don Juan».

No merece la pena entrar a valorar la frase «me he comprado un piso en Valencia de Don Juan», que la enuncia con la cotidianidad de quien anuncia que ayer fue al mercado a por unos zapatos nuevos sino lo irrelevante que era para su compromiso «Valencia de Don Juan first».

Carrère nos recuerda que «la primera mentira llama a la siguiente y es así toda la vida». Y así llevamos toda la legislatura, viendo cómo ha sostenido la ficción de que iba a dedicarse a su municipio por encima de otras responsabilidades. Esa ficción que se hizo más inverosímil cuando concursó, como buen demócrata en solitario y engallado, a la presidencia de su partido en la provincia, que tal vez tanto tiempo anheló y que sabía inaccesible con Isabel Carrasco ejerciendo. Pero, como dijo recientemente en una entrevista en El País el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tanto en la vida como en la política, los caminos nunca están escritos.

«El duelo de la confianza, la vida entera gangrenada por la mentira». Ese era el estado de ánimo permanente de Romand. Durante los mandatos de Juan Martínez Majo ha pasado de todo en Valencia de Don Juan, cosas de tanta gravedad que en cualquier democracia con altos niveles de exigencia éticos le hubiera abocado a una dimisión hace ya muchos años: un alcance contable de 25.000 euros y una sentencia de Cuentas que constató «la ostensible falta de control» existente en el ayuntamiento; una sentencia por infracción grave de la Agencia de Protección de Datos por remitir, en 2011, una carta electoral dirigida a alumnos del colegio; una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de 2017 que declaró ilegal la manera mediante la cual el alcalde cobró más de 40.000 euros desde el año 2011 en el Ayuntamiento y que se niega a aplicar en todos sus extremos y con todas las consecuencias; trabajadores municipales con contratos en fraude de ley y caos deliberado en la política de personal que durante este 2018 se ha transformado en caos real en la gestión ordinaria del consistorio… y así podríamos seguir enumerando decenas de asuntos a cada cual más grave.

Podemos afirmar que los sucesivos colapsos que se están produciendo en el Ayuntamiento y que venimos denunciando son parte de la herencia de Juan recibida por Martínez Majo. No ha querido tomarse en serio la ley durante 22 años y ahora la ley le está señalando que lleva tiempo fuera de juego, que estaba toreando fuera de cacho. Y ahora no sabe cómo volver a la normalidad democrática porque quizá durante mucho tiempo no la contempló –es indecente que el Presidente de la Diputación tuviera al Ayuntamiento de Valencia de Don Juan con más de 6 millones de euros de presupuesto y más de 5.000 habitantes agrupado al de San Millán para ‘sostener’ la plaza de secretaría-intervención y solo aceptara la ley cuando se le obligó a votar el asunto en sesión plenaria–. Pero llegó con simulada normalidad hasta 2015, fecha clave en su vida política, la que por fin, tras haber estado alguna que otra legislatura de los años de la opulencia por la institución provincial, se alzó con la presidencia. Desde entonces, faltó día a día a su palabra. Quedó para posar con la foto y el cartel. Para simular que estaba al mando de las operaciones y que todo seguía funcionando como si nada. Hasta que el barco, sin nadie que lo tripulara, topó contra los múltiples icebergs que se escondían bajo los fuegos de artificio que siempre ha sabido quemar.

«Justificaba sus viajes con motivo de un importante experimento que se estaba realizando en el Instituto Pasteur. El pretexto servía también para Florence. Al mentirles a las dos, podía contarles la misma mentira». Así ha ido tirando estos tres años, diciendo una cosa en Diputación y haciendo otra en Valencia de Don Juan: «tenemos que defender las Juntas Vecinales/ni siquiera recibo a la presidenta de la única que tengo en mi municipio, la cual tengo abandonada a su suerte»; «hay que establecer incentivos en el medio rural/ni siquiera establezco una bonificación del IBI para las familias numerosas…» O con espectáculos de pirotecnia propagandística en ambas plazas en las que deslucidamente torea.

La legislatura va tocando a su fin. Y la provincia de León sigue sin bomberos «si al final de la legislatura no hay bomberos algunos sobramos» y el Ayuntamiento de Valencia de Don Juan sumido en el caos político más profundo. Y sabe que faltó a la palabra dada. Que engañó a sus vecinos. Que compraría el piso, sí, pero que la realidad se impuso a su ficción electoral y abandonó el Ayuntamiento a su suerte. Y qué mala suerte, ya que lo dejó al albur de la trapacería de José Jiménez y del buen criterio de Juan Carlos Lombao.

Tras tres años de Presidente en la Diputación vuelve cada día a Valencia de Don Juan y se encuentra cada vez con más y más problemas que él mismo ha pospuesto, generado o tolerado. Romand, que era su propio adversario, «volvía a la ausencia, al vacío, al blanco, que no eran un percance de ruta sino la única experiencia de su vida. Creo que nunca conoció otra».

Jorge Mateos Álvarez es portavoz del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Valencia de Don Juan
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