El adiós de un profesor agradecido

Rubén Alonso de Ponga
03/10/2020
 Actualizado a 03/10/2020
Después de 38 años y un día (no fue ninguna condena) de trabajo como funcionario público, 36 de profesor en los distintos niveles educativos, ha llegado el momento de decir adiós. El privilegio de poder jubilarme a los 60 es un canto irrenunciable a la libertad difícil de apagar.

He estado con alumnos de todas las edades y mi última clase fue con los de segundo de bachillerato (ni olvidaré su despedida, ni la foto que con ellos pude hacerme). Pasé por casi todos los cargos de trabajo directo con los alumnos: profesor, tutor, coordinador y hasta director. Trabajé en centros muy diversos, aunque acabé los últimos 24 años en el instituto público Josep Mestres (Viladecans, Barcelona), el cual inauguré con otros 12 compañeros.

Mi vida laboral ha sido feliz, todo lo feliz que se puede ser en el trabajo a pesar de las trabas de las Administraciones, regidas siempre por políticos, no por profesores: cambios de leyes educativas a capricho del partido gobernante y sin llegar nunca a consensos, normas orientadas a ser cada vez más flexibles y tender a aprobados generales para mejorar estadísticas e igualar por abajo a los alumnos (las élites se educan aparte), incumplimientos en las sustituciones de profesores, ratios, etc. Lo normal, cuando los cargos más altos de la Administración se dan a dedo dependiendo del carnet del partido de turno.

Pero ha llegado el final y quiero ser positivo en mi despedida como profesor. Tengo infinidad de motivos para ello.

En primer lugar quiero agradecérselo a la mayoría de mis alumnos. Tenemos una juventud maravillosa. Las excepciones, que son los que más ruido hacen, no pueden empañar la responsabilidad, respeto y alegría de la mayor parte de jóvenes a los que he tenido el placer de conocer y de tratar de colaborar en su educación. Les aprecio y ellos me han demostrado a mí lo mismo. Gracias, chicos.

También quiero agradecer a la mayoría de los padres su comprensión, incluso cuando les daba malas noticias. Han sido lo que yo esperaba de ellos, padres y madres preocupados por sus hijos. Como siempre, las excepciones han dado la nota. Ellos se lo encontraran, sus descendientes los tendrán para siempre, el profesor solo unas horas. Gracias a esa inmensa mayoría, de verdad. Nuestro objetivo era el mismo, el bien de sus hijos.

Por supuesto, gracias, muchas gracias, a mis compañeros de trabajo. Me he movido (excepciones las mínimas) entre grandes profesionales, gente honrada y preocupada por sus obligaciones laborales, sus compañeros y sus alumnos. He pasado con muchos de ellos momentos inolvidables y algunos jamás se borrarán de mi mente aunque no nos veamos. He sido un profesor feliz y ellos, vosotros, me habéis ayudado a serlo. Recuerdo a muchos compañeros de centros anteriores y sobre todo los últimos del Instituto y de mi Departamento de Sociales, ‘mi familia laboral’. Gracias de nuevo. Vuestra despedida ha sido uno de los actos más bonitos y emotivos que puede vivir un viejo profesor.

No entré en este trabajo por vocación, fue quizás el azar y otras cosas lo que me llevaron a él, pero puedo asegurar que he puesto en esta tarea todas mis capacidades y honradez profesional. He sido feliz y he intentado dejar el mejor recuerdo posible en toda la comunidad educativa por donde me he movido.

Gracias, gracias, miles de gracias y mucho ánimo en este curso tan difícil que os ha tocado completar.
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