'El abad que recuperó el acto del Encuentro en la procesión del Los Pasos'

Obituario de Miguel de la Puente Madarro, por Julio Cayón

Julio Cayón
05/08/2021
 Actualizado a 05/08/2021
Miguel de la Puente Madarro. | L.N.C.
Miguel de la Puente Madarro. | L.N.C.
Parecía un gentleman a la leonesa. Un caballero de la Corte. Era igual que vistiera con el refinado y perfeccionista traje de la aguja o de un muy definido sport despreocupado. Siempre como un pincel. Como un junco, que es la mejor manera de definir la elegancia y el buen gusto en el vestir. Era Miguel de la Puente Madarro, abad que fuera –hoy honorario- de la cofradía de Jesús –la del ‘Señor de León-que fallecía en las primeras horas del domingo 1 de agosto de forma inesperada. Presurosa. Como si le urgiera reunirse con el Nazareno de Santa Nonia, al que tanto amaba, y la Virgen del Mercado, a la que miraba a los ojos cada Viernes de Dolores. Y muchas otras veces más.

Y es que Miguel, aparte de leonés ejerciente y papón ordenado en sus costumbres de túnica y capillo, también había sido bracero de 'El Prendimiento'. De los de antaño. De los clásicos. De los de 'toda la vida'. Que antes de ser abad, hizo guardia y penitencia bajo las andas del pasaje evangélico, que, en perfecta escenografía escultórica, explica la felonía del discípulo de las treinta monedas de plata. Allí, junto al Jesús traicionado por un Judas tan avaro como necio, maceró el hombro y el espíritu, a la vez que, sin hilvanes ni pespuntes previos, cosía cada Viernes Santo el cuerpo a la almohadilla. Como los antiguos papones. Y sin entrar en otras disquisiciones desbocadas –muy propias del género humano cuando se trata de sacarle punta a las cosas y a sus porqués inverosímiles -, en la abadía de Miguel de la Puente (1988-1989) la cofradía retomó el acto del Encuentro en la procesión de Los Pasos, ceremonia que se había arrumbado diecinueve años antes por mor de no se sabe qué.

Lo cierto es que la coincidencia de San Juan con la Dolorosa -El Encuentro-, se recuperó de forma excepcional en la calle de la Plegaria –enclave que resguarda a la iglesia de San Martín-, en la edición procesional de 1989. En su abadía. La calle Domínguez Berrueta se encontraba inhabilitada para dar la salida natural del cortejo desde la Plaza Mayor hasta la Catedral –hubo, por ello, que reconducir parcialmente el itinerario- y de ahí que se tomara esa decisión urbana de carácter transitorio. Se repetiría el mismo acto con igual escenografía en 1990, y el siguiente, con la carrera despejada de obstáculos, en 1991, ya se llevaría a cabo en la plaza llamada en otros tiempos del Pan. Se había vuelto a sembrar la semilla. Y no a voleo, precisamente, sino con los cinco sentidos.

Esa renovada aportación, esa recuperación del Encuentro, forma ya parte destacada de la historia reciente de la cofradía. Y, como es natural, de la del propio Miguel de la Puente, que la acogió como un humilde reto personal durante su ejercicio abacial. Con ello –con él a la cabeza, que nadie lo olvide- se volvió a las 'buenas costumbres' y las 'viejas estampas', algo que siempre fue el santo y seña de una compañía -que así se la denominó en otros tiempos a la inconfundible penitencial- inigualable. La más cristalizada con el drama del Calvario.

Y es bueno subrayarlo, porque la memoria colectiva suele ser demasiado rácana, en cuanto a resguardar en el anaquel de los recuerdos, hechos y personas de tanto predicamento en el mundo de la Semana Santa. Y lo cierto, es que De la Puente pasó por la abadía y la abadía pasó por él con fuerte nudo gordiano y único. Imposible de desatar. Algo que, aunque parezca baladí, no se conjuga en su justo término y merecimientos privativos en todas las ocasiones. Y como diría don Enrique, el recordado y sagaz cura del Mercado -que las venía venir aunque estuviera de espaldas-, se dan casos. Por eso hay que decirlo.

Se ha muerto Miguel. El hombre bueno y jovial. El papón incombustible y generoso. El hermanito de Jesús del alma cercana y el corazón desparramado desde la Oración del Huerto hasta la Dolorosa, en la trágica y primaveral procesión de Los Pasos. Y su separación flotante de la madre tierra, el lunes, en la parroquial del Mercado, en su funeral de honras y sollozos, fue para su intimidad, dormida en el ocaso, el mayor y más soñado regalo espiritual. En el histórico templo de la calle de los Herreros, el sagrado bastión –intramuros de la ciudad- de los peregrinos a Santiago, le abrazaban el Nazareno y la Morenica –allí presentes, como una predestinación no escrita- para, muy pegaditos a él, iniciar el espacial viaje hacia las estrellas y el cosmos. Y alzó el vuelo sin retorno entre algodones santos. Por ello, a Miguel de la Puente se le recordará por muchas cosas y casi todas sensibles. Pero, sin duda, por haber sido el hacedor de que El Encuentro volviera a la calle. El suyo particular, su encuentro eterno, ha quedado escrito el 1 de agosto para los restos. Y qué consuelo que haya sido así, para un papón tan convencido y tan piadoso. Tan de Jesús Nazareno y de la Morenica. Y tan hermanito siempre.
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