El 8-M de las distancias

09/03/2021
 Actualizado a 09/03/2021
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Metro en mano, los colectivos feministas echaban cuentas para no pecar con las medidas de seguridad ante un 8-M que se quería descafeinado y, a ser posible, con tanta azúcar que se indigestara la conciencia morada, ávida de señalar en voz alta cuándo a alguien le amarga un dulce. Donde otrora había mandiles dados la vuelta, el día de la mujer en pandemia, el protagonismo se lo llevaron los bozales morados. Digo bozales sin manifestar reparos, porque el mensaje denostaba encantos que otros pinceles quisieron adornar. No hay pintura que pueda enmudecer las necesidades de un colectivo sin el que el todo no existe. Pero la lista se dilata cuando la sociedad se pone al límite. Mirando al fondo del precipicio, quien ofrece la mano acaba en a siempre. La severidad del patriarcado no es que conecte con los altavoces de un 8-M y verlo hoy entrar en un parlamento con el papo en alto, negando identidades, produce cierto desasosiego. Es la pandemia, que sabe de retrocesos y nos pone en un escenario de resta de años y metas frente a lo que sale hacerse el avestruz. Pero no la del Covid, que también. Es la que estaba bajo la primera capa de dermis y en cuanto algo picó y se incitó al rascado… Ahí estaba, se levantaba el velo tozudo de solidaridad y sonrisas, que resquebraja defectos en apariencia y se dejaba ver en todo su esplendor el calzón sucio con encaje demodé. Vuelve Nevenka al 8-M y se levantan las que dijeron que era el ejemplo de la mujer florero que vendía sus encantos por un buen plato de alcalde. Vuelve a hablarse de transexualidad como una rémora del ser humano que inventa, solo por ir contracorriente de la normalidad. Y lo normal lo marcan cuatro corbatas que no entienden aún por qué cuando soplan la flauta no le siguen más que las ratas. Y los que estamos de vuelta de Hamelín, vemos con rabia y miedo que los pasos adelante ahora son carreras hacia atrás.
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