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El 12M como principio, no como fin

16/05/2022
 Actualizado a 16/05/2022
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La jornada reivindicativa del pasado día 12 de mayo en León ha significado, al menos dentro del espectro mediático local, un cierto despertar de nuestro tejido social y económico. Para muchos, un éxito, especialmente si consideramos que las difíciles circunstancias del momento van poniendo cada vez a más gente de acuerdo. El escepticismo que nos caracteriza parece que va girando paulatinamente hacia la acción. Poco a poco, hasta los más reticentes reconocen la gravedad de lo que sucede y la absoluta urgencia en la que se encuentra la provincia. En realidad, gran parte de la España interior.

Más allá del debate de las cifras de la protesta del día 12 de mayo, y del eco alcanzado (insuficiente en el contexto nacional y en los medios de Madrid, por ejemplo: a León le cuesta trabajo hacerse oír), hay que celebrar el espíritu reivindicativo, que, a todas luces, es mucho más útil que cualquier forma de victimismo, o de escepticismo paralizante, con el que se obtienen pocos resultados.

El progresivo olvido de León, que acumula ya varias décadas (quizás me quede corto), va logrando lo que parecía imposible: un consenso incluso más allá de lo ideológico y de las luchas partidistas, que por lo visto nunca faltan, una aceptación a pie de calle, que es donde realmente importa. Renace la conciencia de que, si no se ponen en marcha medidas de inmediato, si León no toma con decisión las riendas de su propio futuro (a falta de que las tomen otros), el desastre está más que garantizado.

La persistente sensación de parálisis, y, sobre todo, la sensación de estar viviendo una especie de encantamiento que impide avanzar hacia la solución de los muchos problemas que nos aquejan, termina convirtiéndose en un lastre que no hace otra cosa que aumentar el pesimismo. Por eso la reivindicación es importante, porque, al menos, supone un cambio de actitud desde la calle: es necesario un impulso transformador, pero ese impulso debe venir también de la voluntad de todos. Nada se logra sin el impulso colectivo, sin el acuerdo, sin dejar de lado los debates inútiles que todo lo paralizan.

La reivindicación debe ir acompañada siempre de objetivos claros y de unidad de acción. ¿Un desiderátum? No necesariamente. Cuando el hartazgo llega a ras del suelo, los debates teóricos parecen un divertimento. No se trata del juego político, no se trata de las disputas del poder, sino que estamos hablando de la supervivencia de un pueblo. Comprendo los debates identitarios, comprendo el mucho tiempo que dedicamos a nuestras tradiciones (como si en ellas halláramos el refugio y el calor que no nos ofrece el presente), pero es necesario dedicarle mucho tiempo a la modernidad y al futuro. Las posibilidades de esta provincia son innumerables, y ello a pesar de los problemas estructurales derivados de la despoblación y el envejecimiento. Y a pesar de la coyuntura actual.

Cada vez más, cunde la sensación de que aquí todo tiende al infinito, de que las soluciones se demoran y las generaciones se consumen sin mayores alicientes, lo que obliga, bien lo sabemos, a la pérdida progresiva de talento. Ese talento que luego brilla en otras partes, que brota en algunos reportajes de leoneses por el mundo. Marear la perdiz es una de esas frases que define tantas veces lo que al parecer nos sucede. La mayoría de las iniciativas parecen proclives a encallar con pasmosa facilidad, a lo que ayuda el mal momento que vive el planeta, y desde luego Europa, a las repercusiones de la crisis prolongada, más profunda ahora, al cambio de modelo industrial (que afecta de manera importante a esta tierra). La lista de problemas es interminable, lo que hace comprensible el escepticismo, aunque sea dañino.

Hay elementos suficientes para dar ese salto de modernidad, pero para ello es necesario desprenderse de una vez por todas de complejos y no ahondar en divisiones inútiles. La lucha política no puede ser obstáculo para la acción conjunta y reivindicativa. En su columna de ayer, el director de este periódico, David Rubio, llamaba a la Mesa de León «maniobra de distracción». Parece un buen ejemplo de ese hechizo en el que al parecer hemos caído. Produce, como sucede con otras iniciativas, esa sensación de que todo lo que se intenta inmediatamente parece condenado al fracaso, o, al menos, a la lentitud desesperante, que es prácticamente sinónimo de inacción y parálisis. Si se convoca, a la luz de las reivindicaciones urgentes (qué menos), no debería ser para otra cosa que para plantearse cambios de gran calado. Todo lo demás se parecería, precisamente, a marear la perdiz.

Las reivindicaciones del pasado 12M, más allá de la lista de agravios, expresan un estado de ánimo. Un estado de ánimo preocupante, pero, al menos, indican un intento de ejercer la protesta, de llevarla a la calle, de hacerla patente, en lugar de limitarse a las declaraciones y a las peleas dialécticas. No servirá si se diluye en el conflicto, si el propio hecho reivindicativo se convierte en campo de batalla entre unos y otros. En la división se pierde siempre. Y no servirá si encalla, como tantas cosas. No servirá si se queda en nada. También León necesita ampliar el eco de sus reivindicaciones, lograr mucha más presencia mediática. Esta es, sin duda, una asignatura pendiente. Pero hoy en día lo que no se ve, o se ve poco, no existe.

Nadie puede negar, en mi opinión, que León necesita acometer transformaciones profundas, tomar las riendas de su futuro (acción frente a inacción, dinamismo frente a parálisis) y comprender que ese futuro implica cambios de diversa naturaleza. El problema se agrava porque estamos en una coyuntura difícil a nivel mundial. Soy un defensor de la idea de Europa, de progresar con Europa, mucho más en tiempos duros para las democracias, pero comprendo el escepticismo al que nos ha llevado, por ejemplo, la política agraria, y que ha vuelto a la actualidad con la crisis derivada de la invasión de Ucrania. Creo que se debe incentivar la producción, y mucho más el cultivo local, más en una provincia como esta, donde la calidad de algunos de sus productos es extraordinaria. Creo que la guerra en Ucrania ha revelado la necesidad de reevaluar la política agraria y las cuestiones relacionadas con la dependencia, los gastos de producción, en medio de una batalla de precios, etc. Es un gran tema, como el cambio de paradigma en la energía. En cualquier caso, hay que apostar por el futuro, no por el pasado. En los hechos, en la mentalidad, en los proyectos, en los acuerdos. Es el León de la modernidad el único que puede salvarse, no el del escepticismo.
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